Reseña: Ideas y Creencias, de Ortega y Gasset, J.
Por qué ideas y creencias.
Este interesante ensayo del filósofo español José Ortega y Gasset habría sido escrito por primera vez en Diciembre de 1934, aunque su publicación se hace en el año 1940. En el mismo, podríamos decir que el problema central que se busca suscitar es: ¿qué es el hombre? Para ello, el filósofo nos introduce en los conceptos de creencias, por un lado, e ideas, por el otro, haciendo una distinción clara de ambos dos. Qué son, para qué son y cómo operan serán motivos de explicación a lo largo del ensayo.
Pero, ¿por qué ideas y creencias? Ortega y Gasset escribe en un convulso período mundial, atravesado por guerras y por todo lo que la guerra arrastra tras de sí. Su filosofía, y sobre todo en este ensayo, gira entorno a la búsqueda de un entendimiento histórico del hombre, de su relación con la realidad y de su compromiso con ella. En palabras del autor, en el ensayo... “Se trata de preparar las mentes contemporáneas para que llegue a hacerse claridad sobre lo que acaso constituye la raíz última de todas las actuales angustias y miserias, [...]” (1959; p.23).
Capítulo primero: Creer y pensar.
Para José Ortega y Gasset, existen dentro de las operaciones mentales dos grandes tipos que señalarían el modo en que el hombre (entiéndase “hombre” por género humano) actúa frente a la realidad e interpreta la misma: Por una lado, creer, y por el otro, pensar. El creer se basa en creencias; el pensar opera creando ideas.
“Las ideas se tienen; en las creencias se está”. (1959; p.3)
A la anterior afirmación se pretende justificar en la primera parte del primer capítulo. ¿Qué quiere decir? Fundamentalmente, que, en el transcurso de nuestra existencia, vivimos dentro de un mundo que resulta ser un conjunto de interpretaciones que hacen de “estructura” a lo que entendemos es “la realidad”, interpretaciones generalmente heredadas. Esta “realidad” son nuestras creencias, y son estas nuestro mundo y nuestro ser. Por otro lado, también tenemos ideas, pero estas son más bien posibles ocurrencias fruto de nuestra actividad intelectual, que las pensamos, e incluso las afirmamos, negamos, defendemos o discutimos. Ejemplifiquemos con el siguiente caso: Salgo de mi casa a comprar al almacén que está a tantas calles de distancia. Cuando llego a mi destino, compro con un billete un paquete de galletas. Al regresar, me parece haber pagado más las galletas que la última vez que las compré. En fin, ¿cómo actúan en este caso las creencias y las ideas?
A. En primer lugar, yo ya contaba con el hecho de que a tantas calles de mi casa, hay algo que se llama almacén dónde se venden diferentes cosas a cambio de dinero. Yo no pienso en el acto de comprar, en si acaso el almacenero quiere venderme tal o cuál cosa o si acepta mis billetes. Tampoco pienso en si acaso el almacenero me entenderá cuando yo le pida un paquete de galletas. Con todo lo anterior, yo simplemente cuento; creo en la existencia de algo que se llama “almacén”; creo que existen intercambios por medio billetes llamados “dinero”.
B. En segundo lugar, yo pienso en que las galletas las he pagado más caras. Si bien en todo lo anterior en ningún momento reparé conscientemente, sí reflexione sobre el hecho de la duda que me suscitó el precio de lo comprado. Esa es una idea que poseo en forma de juicio, la cual puedo de alguna manera u otra suprimirla o no. En cambio, lo que constituían mis creencias, no. Mis creencias, como vimos, son parte de los presupuestos esenciales que me permiten a mi moverme dentro del mundo.
El anterior ejemplo se resume en la siguiente afirmación: “Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas <<vivimos, nos movemos y somos>>” (1959; p.10).
Ortega y Gasset profundiza aún más su concepción de lo que son las ideas y del papel que juegan en nuestro intelecto. Toda idea, sea científica, poética, política, lógica, matemática… todas resultan ajenas a nuestra realidad, siendo únicamente parte de nuestro mundo imaginario. Es decir, podemos poseer las ideas matemáticas más rigurosas, pero no creemos en ella puesto que no contamos con ella, es decir, no la presuponemos en nuestro ser y en nuestro comportamiento en la realidad. Ni siquiera, afirma, una idea científica fundada en evidencias puede sernos creencia. Sí, intelectualmente no podremos sino adherir a la evidencia automáticamente, rechazando cualquier otro pensamiento distinto al evidente. Pero, por otro lado, adherir a la evidencia implica pensar en, lo cuál sugiere que no es algo en lo que estamos, en lo que creemos.
Hay entonces dos especies de “mundos”: El mundo intelectual, que es meramente imaginario; el mundo de la realidad, como aquél que nosotros no pusimos ahí, sino que nos lo topamos. Esto no significa que el hombre no pueda actuar conforme a sus ideas o a lo que piensa. De hecho lo puede hacer, pero para ello debe de esforzarse, cosa que no pasa con las creencias, que las somos sin esfuerzo.
El hombre, entonces, actúa y se comporta la mayor parte del tiempo consecuentemente con lo que él cree. Cabe suponer entonces que a distintas creencias, distintos serán los comportamientos. No se comporta igual un griego antiguo, que creía en la existencia de dioses que manipulaban ciertos acontecimientos de la realidad, a un hombre del siglo XXI, que cree en la versión científica del mundo, donde la existencia de tales dioses griegos ya no es tal y no tiene importancia sobre el quehacer cotidiano. Esto al mismo tiempo nos hace ver una cosa: las creencias cambian. Entonces, ¿cómo algo tan rígido, tan fundamental, como lo es una creencia se constituye como tal?
En la tercera parte del primer capítulo, el filósofo introduce la noción de la duda para comprender este proceso de relación entre las creencias y las ideas, y de como las segundas devienen en las primeras. La duda de la que nos habla no es una duda intelectual, sino una duda que actúa a modo de creencia, es decir, en la que también se está. Podríamos entenderlo como un estado de desesperación o, por otro lado, de angustia, en el cuál experimentamos una situación o circunstancia que no podemos entender y/o no sabemos como hacerle frente.
“La duda, en suma, es estar en lo inestable como tal: es la vida en el instante del terremoto, de un terremoto permanente y definitivo” (1959; p.19).
Lo dudoso no es ajeno a la realidad. Lo dudoso es la realidad sin entendimiento, enigmática. Aquí es cuando Ortega propone el origen del pensamiento como ejercicio del hombre para darle un sentido a esa parte ambigua de la realidad:
“Al hombre no le es dado ningún mundo ya determinado. Sólo le son dadas las penalidades y las alegrías de su vida. Orientado por ellas, tiene que inventar el mundo. La mayor porción de él la ha heredado de sus mayores y actúa en su vida como sistema de creencias firmes. Pero cada cual tiene que habérselas por su cuenta con todo lo dudoso, con todo lo que es cuestión. [...]” (1959; p.21).
El hombre imagina entonces mundos posibles para sustituir tal ambigüedad. Aquél que sea el más firme, el más adecuado, será el verdadero. Pero no dejará de ser imaginario. Aquí, como se podrá notar, se nos brinda una polémica concepción de “La Verdad” como una cualidad de una idea que en ningún momento deja de ser lo que es, mera imaginación producto del pensamiento.
Capítulo segundo: Los mundos interiores.
Resumamos hasta el momento y de manera lo más gráfica posible lo anterior. El hombre está parado sobre el conjunto de sus creencias; este suelo firme, sin embargo, tiene ciertos huecos, que son las dudas. Cuando el hombre vive, esta realidad heredada le presenta no solo firmezas, sino que a veces topa con estos huecos de dudas que desestabilizan su conjunto de creencias. En tales circunstancias, el hombre piensa e idea, ya sea teniendo ocurrencias, pensamientos artísticos, vagos o rigurosos para llenar esos huecos.
El hombre es, de este modo, un sujeto histórico. Mucho de lo que vivimos es fruto de la actividad de nuestros antepasados, en general y en particular, es decir, de nuestros antepasados indirectos y de los directos. Y como sujeto histórico, no solo debemos a nuestros antepasados las condiciones materiales que nos han legado, sino la concepción de la realidad. El filósofo da el ejemplo de la visión del planeta tierra que hoy poseemos, de la tierra como un astro que gira regularmente al rededor del sol, y la compara con la visión de las gentes del siglo VI a.C., de la tierra como divinidad (Demeter) con voluntad propia. Ambas, nos dice, son ideas, no realidades. Una será más verdadera que otra, sí, pero son ideas al fin y al cabo. Son las ideas sobre la realidad, dirá Ortega, imaginaciones hechas en determinado período histórico. Lo Real desnudo es, por su parte, algo completamente diferente a lo que entendemos como realidad. Tal como se lee en su ensayo:
“Antes de toda interpretación, la Tierra no es ni siquiera una <<cosa>>, porque <<cosa>> es ya una figura de ser, un modo de comportarse algo (opuesto, por ejemplo, a <<fantasma>>) construido por nuestra mente para explicarse aquella realidad primaria.” (1959; p.30)
La comprensión del pasado, según el filósofo, es una muestra de gratitud hacia todos aquellos antepasados que de alguna u otra manera han construido una interpretación de la realidad que nos permite desenvolvernos en ella sin estar en constante choque con esta “realidad desnuda”. La realidad desnuda, entonces, es el mundo natural despojado de toda creencia; es un enigma por entero. Para comprender esta idea, un ejercicio teórico podría ser imaginarnos haber nacido humano en un lugar sin lenguaje, sin conocimiento de la técnica; sin comunidad o aldea; sin ropas ni herramientas; sin manipulación del fuego… etc. Estar en esa posición, sería la mejor expresión de lo que Ortega define como estar en la duda; un estado de tensión constante o casi, con más incertidumbres que certezas, donde vale más el presente que el futuro.
“La Tierra por sí misma y mondada de las ideas que el hombre se ha ido formando sobre ella no es, pues, <<cosa>> ninguna, sino un incierto repertorio de facilidades y dificultades para nuestra vida.” (1959; p.31)
Aquí es donde las ideas tienen un papel central, pues, si el mundo (realidad desnuda) no es más que puro enigma, ¿qué son las ideas? Son, pues, mundos interiores, que son confrontados con Lo Real y aceptados cuando se ajustan a la misma de la mejor manera posible: Está el mundo “matemático”; el “físico”; el “químico” pero, además, cada cuál tiene su propio mundo interno. El hombre se ensimisma, y dirá Ortega que esa cualidad es la que nos distingue (a nosotros, humanos) de el resto de los animales (algo que puede ponerse en duda). Ese ensimismamiento es una “retirada” parcial de la realidad, una abstracción que se nos está permitido hacer:
“De ese ensimismamiento sale luego el hombre para volver a la realidad, pero ahora mirándola, como con un instrumento óptico, desde su mundo interior, desde sus ideas, algunas de las cuales se consolidaron en creencias.” (1959; p.33)
Nos revela en esta oración el origen de las creencias: Las creencias son ideas que, por su concreta realización o por su debida aplicabilidad a esa realidad desnuda, acaban siendo parte firme y segura de nuestra vida. Antes del uso pragmático de la matemática analítica, los ejes cartesianos no fueron más que una idea que intentaba comprender regularidades en la realidad; antes del descubrimiento del cultivo, la idea de regularidades en la naturaleza no eran más que meras suposiciones de ordenes divinos; antes del intercambio regular de bienes por dinero, alguien tuvo la idea de que el valor de las cosas podía determinarse en base a una determinada moneda. Estos ejemplos pueden servir, quizás, para entender lo que nos quiere decir el autor. Toda creencia es recibida, dice Ortega, y no sabemos por donde entramos en ella; más cuando nos ocupamos en conocer algo, es porque hemos perdido esa certidumbre “regalada” en la que estabamos.
Resumen y conclusión.
Para concluir, podemos decir que el hombre es, en la concepción de Jośe Ortega y Gasset, la suma de sus creencias y sus ideas, y que tiene la capacidad de ensimismarse y crearse mundos internos, ajenos al mundo real y desnudo.
Heredamos una realidad fabricada por ideas que se adecuan a lo real (diferencia entre “realidad” y “lo real”), en la cual vivimos; pero cuando descubrimos los huecos de esa realidad que nos sirve de fundamento para nuestro accionar, no nos queda más opción que huir o pensar en ello, crear ideas que nos ayuden a llenar esos huecos. El sujeto histórico debe así conocer su pasado para entender su presente, y actuar consecuentemente para construir y construirse un futuro.
Bibliografía:
Ortega y Gasset, J. (1959): Ideas y creencias: Y otros ensayos de filosofía. Revista de Occidente, Madrid.
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