El conocimiento en tiempos de desinformación


Introducción.

 “Un hombre va al saber cómo a la guerra: bien despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo cometa vivirá para lamentar sus pasos. […]” [1]

 Esta afirmación que don Juan realiza a Castaneda luego de su primer encuentro con el “Mezcalito” parece sumamente lo contrario a lo que hoy en día generalmente solemos hacer como sociedad. Dormidos, sin miedo a causa de una confianza que sesga lo que aprehendemos de lo que nos rodea y tergiversando el término “respeto” con el de completa sumisión a la información que circula cotidianamente. Quizás por desinterés, por falta de tiempo como consecuencia de la multiplicidad de actividades que la contemporaneidad ofrece, o porque es más fácil acatar la información sin corroborar su veracidad y ya, confiar en los divulgadores, reporteros y/o periodistas que, por algo hacen su trabajo, ¿no?
Lo cierto es que desde el boom de las telecomunicaciones y, sobre todo, desde la propagación masiva de Internet a finales de los noventa, la sobreinformación y la exorbitante divulgación de noticias, artículos de todo género, contenido audiovisual, etc. sin casi ningún tipo de barreras ha contribuido a un consumo desmedido de información y a la formación de conocimientos ­­­­­­­­­–en ocasiones múltiples– carentes de sustentos solidos con el objeto de lo cual se proponía conocer…
Esto es terrible porque, justamente, la desinformación masificada y la construcción de conocimientos vacíos y de insulsa justificación contribuyen a la creación de una sociedad mal informada, fácil de manipular, con tendencia a la confusión y abrumada, factores bastante claves a la hora de entender el motivo de tantas sociedades polarizadas y con fácil predisposición al conflicto entre opiniones o ideas opuestas. Desentrañar los conocimientos que conforman nuestros paradigmas y cuestionarnos o plantearnos la posibilidad de que las fuentes puedan ser erradas –ya sea intencionalmente como por un error en el procedimiento de divulgación de la información– constituye pilar esencial para el camino hacia el entendimiento de nuestros conocimientos, y en primera instancia es preciso reconocer la desinformación a la que actualmente estamos sometidos.
En este pequeño trabajo a modo de ensayo, me propongo a indagar sobre ciertas cuestiones que considero de suma relevancia sobre la temática: ¿Qué es el conocimiento?, ¿cuándo podemos decir que un conocimiento es real?, ¿qué tan distorsionado se vuelve el conocimiento como consecuencia de la desinformación? Realmente, caer en falsos conocimientos sobre nuestra realidad social nos hace caer de lleno en un círculo vicioso del cual es muy difícil escapar y en donde poco se nos permite llegar a un tipo de información certera, por eso considero sumamente importante llegar a conclusiones que nos permitan, reitero, poner en duda ciertas cosas que actualmente damos por sentadas.

I. ¿“Conocimiento”?

Ya es un problema en sí (desde los orígenes de la epistemología y la gnoseología [2] lo fue) definir el concepto de conocimiento y sus implicancias, pero no es imposible del todo llegar a tener una concepción del término. En sí, conocer implica “aprehender teóricamente los objetos, sus modos y sus relaciones” (Romero, 1973, p.113), y el conocimiento, por ende, es el producto que obtenemos del ejercicio de conocer. Otra definición muy interesante es la siguiente hecha por dos estudiantes de la Universidad de Chile:
"Se puede decir que el conocer es un proceso a través del cual un individuo se hace consciente de su realidad y en éste se presenta un conjunto de representaciones sobre las cuales no existe duda de su veracidad." (Martínez Marín; Ríos Rosas, 2006, p.2)
Bien podemos decir, entonces, que el conocimiento es la idea que se tiene de un objeto real ­–que un sujeto tiene del objeto–. Pero esta definición tiene sus flaquezas: ¿Entonces el conocimiento es la idea (o representación) que el sujeto tiene del objeto? Sí, pero necesariamente, para que el conocimiento sea tal, el saber del sujeto con respecto al objeto debería ser fiel y objetivo. Y el problema que aquí subyace es cuando el sujeto debe captar ese objeto. Si existe coherencia entre la interpretación/representación del objeto y el objeto en sí, estamos entonces ante un auténtico conocimiento. Diremos en este caso que, el conocimiento, la representación, se justifica, ya que contamos con una representación objetiva coherente. Por ejemplo: vemos una pelota de baloncesto (objeto). Sé que es redonda ¿pero es real ese conocimiento que tengo de la pelota? Por motivos empiristas sí, yo percibo esa pelota como una forma redonda. También puedo ahondar más sobre ese objeto y sobre el conocimiento sobre él, a saber: descubro que la pelota rebota, determino cierto tamaño y cierto peso de la misma, el color, etc. Pero en este caso, mi representación de la pelota, una vez posea yo el conocimiento, será con respecto esa pelota particular, a ese objeto. Falso sería, pues, tener el conocimiento de que todas las pelotas son redondas, que rebotan y que tienen de 68 y 73 centímetros de circunferencia y de 23 a 24 de diámetro, porque no todas las pelotas son iguales.
Podemos objetar, también, determinados hechos. Como, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial. En este caso, saber sobre qué fue la Segunda Guerra Mundial, es un conocimiento más complejo y vasto, porque se trata de un suceso histórico, donde circunstancias objetivas fueron determinadas por sujetos. Y aquí la cuestión se torna mucho más intrincada y espinosa, y entra en juego también el juicio de cada sujeto. Para ser un poco más gráficos: Ciertas cuestiones a determinar dentro del concepto de la “Segunda Guerra Mundial” si son más sencillas de conocer en relación al conocimiento sujeto-objeto, como por ejemplo los países que intervinieron en la guerra, los años en los que se desarrolló la guerra, las rivalidades… Pero muchos sucesos ocurridos dentro del marco de la Guerra (y saberes de los mismos) pueden variar en su comprensión, sobre todo en la actualidad. Por ejemplo: ¿Cómo puedo yo saber si los ejércitos japoneses practicaron canibalismo con sus prisioneros de guerra? (sin intención de ofender a los japoneses contemporáneos). Pues, hubo testimonios de varios soldados que aseveraban la veracidad del asunto. ¿Y cómo sé que dicen la verdad? Bueno, se han encontrado muchos cuerpos de prisioneros de guerra con extremidades aparentemente arrancadas a mordiscones y han circulado fotografías al respecto, incluso muchos soldados japoneses capturados han testimoniado que, de hecho, han practicado canibalismo. Entonces, contamos con una creencia verdadera justificada (Blasco; Grimaltos, 2004, p.68) que constituye al conocimiento. El problema con este tipo de conocimientos sujetos a hechos difíciles de cuantificar es su fragilidad, su posibilidad de ser refutados, tergiversados e inexactos.
Los dos ejemplos previamente mencionados son muestras fieles de lo que Francisco Romero refiere en uno de sus libros[3] como conocimiento intuitivo y conocimiento científico. Nuestro caso de la pelota de baloncesto, resulta ser un conocimiento intuitivo. En él se nos presenta el objeto de manera directa, inmediata, y a través de nuestros sentidos conocemos el objeto. Por otro lado, el caso de “La Segunda Guerra Mundial”, pues, resulta ser una construcción de diferentes términos, fenómenos y situaciones objetivas analizadas por historiadores. Considerando, entonces, al conocimiento histórico como conocimiento científico, podemos decir que la interpretación de ese objeto fue producto de un largo análisis metódico de diferentes documentos, testimonios y entre otras fuentes de información que contribuyeron con la noción de este conocimiento. Pero entonces… ¿no parecería ser en este caso que el objeto es intervenido por un factor extrínseco a sí mismo?

I. I. Cuando el sujeto crea al objeto.

Hasta ahora decíamos que el conocimiento debía ser una relación entre sujeto-objeto donde el sujeto percibía y creaba una representación del objeto sin modificarlo. ¿Pero no parecería ser al revés en el caso de la Segunda Guerra Mundial? Después de todo, ¿puede esta tocarse?, ¿puede sentirse?, ¿podemos atarla a un espacio-tiempo particular? Al tratarse de un concepto casi abstracto y complejo, naturalmente no podríamos tener una sensación palpable e inmediata del mismo, sino que tenemos una percepción mediata, mediada por algo más, en este caso, por documentos, manuales, libros y otro tipo de material que justifica ese conocimiento. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si eliminásemos toda aquella evidencia que justifica la existencia de una Segunda Guerra Mundial? Libros, personas con aquellos recuerdos, fotografías, vídeos, documentos… todo hecho desaparecer en un intento de borrar este hecho histórico. Las generaciones de entonces, pues, difícilmente sepan que esto existió, que alguna vez ha sucedido y, si alguien menciona algo sobre esto, probablemente lo tomen por loco, pues, ¿bajo qué evidencia puede probar que alguna vez hubo de hecho una Segunda Guerra Mundial?
En este caso, entonces, donde el objeto a conocer se fundamenta en base a justificaciones que han sido construidas por otros objetos edificados por sujetos, la delicadeza y la fácil manipulación del objeto puede prestarse a la reproducción de un conocimiento distorsionado. ¿Qué quiere decir distorsionado? Pues, que el sujeto, al no percibir el objeto de manera inmediata, es como si ese medio fuese una especie de “filtro”, que no existe verdadera correspondencia con lo que el sujeto sabe del objeto y de lo que realmente es el objeto. Es como si yo no supiese qué es un agroquímico y la empresa que viene a venderme el producto me explica que este es una tecnología utilizada para mejorar la eficiencia de la producción agrícola (¡Genial!), pero sin decirme los daños que los mismos podrían provocar al ambiente y a la salud de las personas que entran en contacto con las sustancias tóxicas (¡Caramba!).


I. II. El conocimiento pragmático.

No ahondaremos en el presente ensayo, pero posiciones con respecto a definir la concepción del conocimiento existieron varias: Descartes y el racionalismo[4] y Hume con el empirismo[5]. Pero una de las corrientes que, a mi parecer, imperan en lo que respecta al conocimiento y su significado durante el siglo XXI es el pragmatismo, fuertemente desarrollado a finales del siglo XIX con William James como uno de sus principales pioneros. La fórmula es sencilla: El saber puede considerarse como tal si éste es, necesariamente, útil. Es “el total, el que sostiene la índole práctica de todo conocimiento” (Romero, 1973, p.123). Con esto podemos entender al saber cómo una relación práctica entre el sujeto y el objeto, donde la única justificación válida consiste en demostrar, justamente, la utilidad de este conocimiento. Si yo digo “el fuego quema”, donde el objeto es el fuego y “quemar” es uno de sus atributos, tengo aquí un conocimiento. Si, de hecho, cuando yo me acerco al fuego, este me quema, pues el saber de que “el fuego quema” realmente es útil. Hasta aquí no parece existir problema alguno, pero pongamos por caso otro ejemplo, más complejo: Imaginemos un país donde existe una gran cantidad de pobres. El pueblo demanda una solución por parte del poder estatal, y lo culpa de este hecho. Pero el gobernante, para defenderse, explica: “Sé que últimamente hay gran cantidad de pobres en nuestra nación. Pero no es debido a las políticas económicas del país, sino que el problema son las empresas extranjeras que han intervenido en la nación y que se han adueñado de las riquezas”. Hagamos una pausa aquí. El objeto, entonces, es la pobreza, es una realidad. ¿Por qué hay pobreza?, pues, según el gobernante, por las empresas extranjeras que se quedan con todas las riquezas y no las distribuyen. ¿Hay empresas extranjeras en el país que posean gran capital?, Pues sí que las hay. ¿Ganan sus principales dueños mayores riquezas que sus empleados e incluso que aquella gente desempleada? Sí, seguramente sea cierto si es que el país acuña un modelo económico capitalista. Entonces, que la pobreza exista porque existen empresarios de entidades multinacionales adinerados dentro del país parecería ser un conocimiento útil. Ahora, si esto es o no realmente el motor único de la pobreza y todas sus implicancias, puede ponerse en cuestión.
Es que lo útil es útil (o práctico) en cuanto satisfaga los requerimientos del sujeto, no en relación al saber real del puro objeto. Pero hoy por hoy parecería ser que el pragmatismo es realmente imperante en la sociedad. Un ejemplo es la grave polarización, que divide a la sociedad en sectores ideológicamente opuestos donde el argumento principal es, a simple vista, pragmático. Para generalizar y no hablar de casos particulares, diremos que de un lado está la derecha y, del otro, la izquierda (que hoy por hoy no es la izquierda del siglo XX). Si A no es de derecha, entonces es de izquierda. Si B no es de izquierda, entonces es de derecha. Como se tiende a ser A o B, este saber parecería ser útil, práctico, dentro de un contexto donde no existen grises, claro. Otro ejemplo son las redes sociales, estimulantes esenciales a la hora de hacer circular saberes y conocimientos a través de las “tendencias”. Aquí el sentido pragmático se puede observar también por una cuestión de convención. Si vemos una foto de un aglomerado de gente alrededor de una caja mortuoria con la leyenda de: “murió Mengano, el famoso cantante de música ‘pop’, que en paz descanse”, y además observamos que esta información fue reproducida por miles y miles de personas en la plataforma, pues creeremos que seguramente se trate de una verdad. El razonamiento podría ser: “Mengano es mortal; mucha gente dice que Mengano murió; una foto muestra –aparentemente– la despedida de los fanes de Mengano en el traslado de su ataúd al velorio; Mengano está muerto”. ¿Será verdad? Pues, por convención parece que sí…


I. III. El problema de la verdad.

La verdad es y fue realmente una herramienta valorada a la hora de imponer legitimidad. Legitimar, dar validez, es algo que necesariamente precisa una verdad. Pero, ¿qué es puntualmente?
El término se puede entender como una relación de concordancia o de “correspondencia” entre el pensamiento y la realidad (Luis Villoro, p.213, “Verdad”). Como consecuencia, la verdad dependerá siempre de dos partes, entonces, para entenderse, según este planteo, pero donde una está subordinada a la otra. El pensamiento es entonces aquello que debe estar subordinado al objeto real.
Romero, por otra parte, si bien en un comienzo enuncia una definición similar[6], luego dice: “La verdad tiene una existencia objetiva, independientemente de que la conozcamos” (Romero, 1973, p.126). Esta afirmación nos hace entender que ya, en realidad, no se trata de una relación, sino que se trata, en sí, de una circunstancia, de un hecho objetable. Me atrevo a decir que, la verdad, lo verdadero, es en realidad un hecho clavado en un espacio y un tiempo determinado. Luego, de ese objeto se puede aprehender un pensamiento, que en relación con el hecho será un pensamiento verdadero (si existe la representación real) o un pensamiento no verdadero, falso (si no existiese una representación real objetable de este pensamiento).
Después de todo, ¿Cuándo decimos que un pensamiento, un juicio, una idea o una representación es verdadero? Justamente cuando, aquello a lo que refiere, existe, es objetable y/o real. Cuando aquello que “se sabe” es “lo que es”. Si yo digo que mi teléfono está sonando y, efectivamente, mi teléfono está sonando, estaré mencionando una situación verdadera de un hecho verdadero. Esto es fácil determinarlo porque se trata de un caso inmediato de los sentidos que construyeron el pensamiento de que “mi teléfono está sonando” no tenían más barreras que los propios sentidos. La evidencia está al alcance de los sentidos. Pero si, por ejemplo, agarro el periódico y leo: “explotó una bomba en Corrientes”. ¿La evidencia es inmediata? A menos que crea ciegamente en lo que “me dicen” de lo que “sucedió”, no, no se trata de una evidencia inmediata. Se trata de un contenido noticioso, de información sobre un suceso que (se afirma) ocurrió. Pero esa información, ese conocimiento, llega a mí a través del conocimiento de alguien más que me presentará pruebas al respecto (evidencia), lo suficientemente convincentes como para determinar que ese hecho realmente ocurrió. Seguramente con la determinación de un cuando, un dónde, un cómo y con las respectivas justificaciones. Pero esta misma “mediatez” es lo que convierte a esta información en una especie de barrera, entre lo que es y lo que “se dice” que “es” de un suceso, hecho o situación objetiva.
Para no dar más vueltas sobre lo mismo (que, de hecho, seguiremos dando vueltas sobre lo mismo), según lo dicho anteriormente, podemos afirmar que la verdad es, entonces, lo real y todo lo que pertenezca a la “realidad”. Si decimos que la mesa es marrón y, de hecho, la mesa es marrón, antes de ser marrón la mesa “es”, existe, es real. Luego, la mesa es “marrón”, por ende, decir que la mesa – esa mesa – es marrón sería decir una “verdad”. Pero… ¿la mesa es marrón porque la vemos así?, ¿o la mesa es marrón porque es real?...

II. La realidad (o lo que entendemos de ella).

La realidad de algo es una abstracción, un concepto […].” [7]
“La realidad”, un concepto con el que convivimos a diario, ciertamente. Pero igual de cierto debe ser el hecho de que nunca – o pocas veces – hemos reparado correctamente sobre este concepto, este término de uso cotidiano y del cual casi nunca dudamos.
Cuando algo es “real”, damos por sentado de que indudablemente eso existe en el mundo, es posible de ver, de tocar o de percibir a través de alguno de nuestros sentidos. Según el diccionario de la R.A.E, para ser más formales, lo real (en su primera definición) es aquello “que tiene existencia objetiva” [8]. La “realidad”, por su parte, es “la existencia real y efectiva de algo” [9]. Pero es aquí donde comienza la fragilidad del término, o la capacidad de modelarlo, ya que decir que la realidad es la existencia “efectiva” de algo, implica utilidad. Algo útil… ¿para qué?, ¿para quién? Y de aquí, infinitas posibilidades.
La cita realizada al comienzo de este apartado, de Marcelino Figueira, resulta a mi parecer muy convincente. La “realidad”, como bien dice, es una abstracción. ¿Por qué? Porque es lo que el sujeto inmerso en el mundo se figura del mundo conocido, de los entes corpóreos sensibles, término que Figueira usa para denominar a todos aquellos componentes universales que integran un universo como un todo de este conjunto de entes perceptibles para el sujeto [10]. Entonces, la realidad será construida por lo que un individuo capta de aquello que es extrínseco a él mismo o a lo que un grupo de individuos capte de estos entes. Por ende, podemos aseverar que la realidad en sí misma no es necesariamente una totalidad universal, sino que es, como bien dijimos, efectiva, y debe responder a hechos o fenómenos de manera que sea útil para aquellos que conviven con esa concepción de la realidad.
La realidad, entonces, dista de ser lo “real”. La realidad – podría decirse – es como un molde. Un molde atado a las relaciones entre sujetos-objetos, relación que puede mutar en un mundo repleto de sujetos y repleto de objetos y dónde los sujetos crean objetos. La “cultura”, por ejemplo, es un tipo de concepción de la realidad. Este conjunto de valores, costumbres, creencias, conductas y lenguajes determinados actúa bajo determinadas “normas” compartidas por todos quienes adoptan y crecen dentro del espacio cultural. Y la cultura es, justamente, un concepto “abstracto”.
Pero, ¿quién determina la realidad? Figueira dirá, en concordancia con las ideas filosóficas de Lacan, que la “realidad general” está “conformada por grupos de poder, estos son quienes dictaminan lo que es en ‘el mundo real’, siendo aceptada convencionalmente por el conjunto social” (Figueira, 2017, p.18). En estos términos podríamos pensar a la realidad como una norma, una franja impuesta por aquellos encargados de construir y estructurar la sociedad.
Lógicamente, en relación con lo que hablábamos en el apartado del conocimiento, esta concepción de la realidad resulta ser un proceso. ¿Cómo? Pues, así como la vida misma, la realidad cambia. Está claro que lo real no, eh, esto sí es inmutable. Pero la realidad es un proceso que nace con el individuo, crece con las comunidades, se transforma con la sociedad y, pues… morirá con ella. Si nos remontamos hacia años antes de Cristo, ver el noticiero por televisión no era una realidad. Uno no podía pretender enterarse de lo que sucedió al otro lado del mundo sentado en la comodidad de su casa.
La realidad se va moldeando a los cambios de las entidades que la integran (o que la crean). Las cosas concretas que en su conjunto la construyen tienden a cambiar, y, por ende, tienden a metamorfosear la realidad misma. Entonces… ¿no hay nada fijo?, ¿no hay una esencia? Pues, podemos decir que sí existe algo que subyace a la realidad. Y es, justamente, lo real. Lo objetivo. Lo que existe explícitamente. Pero es difícil perpetuar lo real, porque cuando pretendemos entender lo real, automáticamente caemos en representaciones de “lo real”, conocimiento, y estos conceptos y saberes “representacionales”, y pasan a ser saberes pertenecientes a “sujetos”. Más allá de esto, siempre es posible el acercamiento afín a lo real que propician las llamadas ciencias (que incluso estas han caído históricamente en errores), que estudian metódica y sistemáticamente fenómenos, hechos y situaciones objetables para comprender la verdad de su funcionamiento. Pero no ahondaremos en las profundidades de las ciencias, que son múltiples y variadas. Sin embargo, proseguiremos dándole vueltas a la cuestión de la fragilidad de los términos que nos proponemos tratar.


II. I. ¡No te confundas!

Creer que la propia visión de la realidad es la realidad misma, es una peligrosa ilusión.” [11]
En su libro, “¿Es Real la Realidad?”, Watzlawick plantea la idea de la construcción de la realidad como producto de la comunicación entre los individuos. Y de este modo, le brinda a la expresión, al lenguaje y a las significaciones culturales un rol determinante a la hora de construir determinadas realidades sociales.
De acoplarnos a esta concepción, podríamos ampliar nuestro entendimiento y plantearnos la siguiente situación: Supongamos que estamos platicando con un Hispanoparlante nativo de Latinoamérica, por ejemplo, Argentina. Él no conoce más que su idioma. Si le digo que “yo tengo dos vacas en mi casa”, pues, él podrá formularse o representarse que yo tengo dos vacas en mi casa. Pero si le digo “I have two cows in my home”, probablemente no comprenda nada de lo que le estoy diciendo. Aquí habría un problema de significación terrible. Si bien ambos enunciados refieren lo mismo, pero en diferentes idiomas, el mensaje adquiere – en este caso – un “recipiente”, digámosle, distinto. El primero aludía al mismo hecho que el segundo, pero en distinto idioma.
Se trata de un hipotético caso de “confusión”. Watzlawick dirá que la confusión “es la consecuencia de una comunicación defectuosa, que deja sumido al receptor en un estado de incertidumbre o de falsa comprensión” (Watzlawick, 1979, p.6). El lector se podrá preguntar “¿Qué tiene de malo estar confundido?”. Nada, ni de malo ni de bueno, ni de grave di de leve, esos son juicios sujetos a situaciones. Pero para reflejar el problema de la confusión, nos atajaremos también de lo que dice Paul.
“…los seres humanos, como el resto de los seres vivientes, dependemos, para bien y para mal, de nuestro medio ambiente y esta dependencia no se limita a las necesidades de nutrición, sino que se extiende también a las de suficiente intercambio de información. Esto es válido sobre todo respecto de nuestras relaciones interhumanas, en las que para una convivencia soportable resulta particularmente importante un grado máximo de comprensión y un nivel mínimo de confusión.” (Watzlawick, 1979, p.6)

Necesitamos certezas, porque estas van a garantizar (o no) nuestro proceder y, por tanto, nos dará mayor o menor seguridad sobre nuestro acontecer. Parecería lógico, e incluso no se hace imposible graficarnos ejemplos al respecto. He aquí un ejemplo de confusión y certeza para desvanecer tal confusión extraído de un diario argentino:

“¿A qué precio llegará el dólar? Siempre difícil de decir. La clave será la inflación esperada. Si tenemos al Contado con Liquidación en $75 e imaginamos que el dólar empata con la inflación (del 40%-50%), podríamos pensar en $105-$115 para fines del 2020.”[12]

La primera pregunta expresa una inquietud. A “qué precio llegará el dólar” en relación al peso argentino es una pregunta (ahí mismo se expresa) difícil de contestar. Pero no contar con una certeza o con una aproximación sería un desastre para la economía. Imagínese que un ahorrista argentino quiere comprar determinada cantidad de dólares para que no se devalúen sus ganancias en pesos, pero no sabe si en realidad el precio de dólares bajará o subirá. ¿Qué hace? Seguramente no compre y busque otra alternativa, o especule con una posibilidad de 50-50. De manera que llegan los analistas económicos y, en base a métodos de análisis propios de la economía, se encargan de llegar a respuestas lo más certeras posibles. Y señalan, como en el ejemplo, que, si se cumplen ciertas variables, el precio del dólar probablemente llegue a ser tal. Aquí ya hay una certeza. La realidad sobre el precio del dólar a futuro cambia, y resultará para algunos argentinos más convincente (o no) comprar dólares.
Esta “tendencia” a buscar respuestas o certezas, como contrapartida, puede inducirnos a errores. Ejemplos también sobran, y los más “famosos” podemos referirlos a casos de grandes verdades científicas en la historia que han sido refutadas, como la concepción de la tierra plana, o la de la tierra como centro del universo. Ambas dos en su momento se sostenían sobre bases argumentales innegables, hasta que pudo probarse lo contrario.
La confusión desestabiliza y nos lleva a tomar certezas de forma apresurada o conveniente. No es algo “agradable” el estar confundidos y, por ende, es entendible que nos aferremos a un determinado tipo de creencia, conocimiento o certeza para borrar ese sentimiento de desamparo.
Con respecto a lo anterior Paul Watzlawick nos ilustra en su libro un ejemplo que da a cuenta de lo fácil que es para una persona arraigarse a creencias que creen “verdaderas”, intentando defenderlas más allá de que se explica, estas son falsas: Paul nos cita un experimento de John C. Wright llevado a cabo en la Universidad de Stanford[13]. Este pretendía observar la manera en la que las personas suelen crear (yo también lo he solido hacerlo) supersticiones sobre cuestiones “no contingentes”, es decir, sobre cuestiones que entre sí no tienen relación alguna.
Para ello, construyo una máquina “traga monedas”, pero de una estructura singular. Tenía, en su tablero, 16 botones ubicados de manera que formaban un círculo y, en el medio de estos botones, otro botón, el botón de control. Los dieciséis botones ubicados en forma circular estaban, en sí, aislados de todo circuito. En realidad, no estaban conectados a ningún mecanismo. Pero, a través de una serie de pautas dadas antes de la ejecución del experimento, se podía llegar a pensar que de hecho sí. Las “instrucciones” eran las siguientes:

“Su tarea consiste en pulsar los botones de tal forma que consiga en el marcador la más alta cifra que le sea posible. Usted no sabe, naturalmente, cómo conseguirlo, y al principio tiene que guiarse por pruebas al azar. Poco a poco, irá usted mejorando. Cuando oprima el botón adecuado, o uno de una serie de botones adecuados, oirá un zumbido y el marcador anotará una unidad más. Por cada tecla correctamente pulsada ganará un punto y en ningún caso perderá los puntos ya conseguidos.
Comience usted oprimiendo uno de los botones del círculo. Luego, oprima el botón de control del centro para ver si ha ganado. Si es así, al oprimir el botón de control sonará el zumbido. A continuación, vuelva a oprimir un botón del círculo (el mismo que la vez anterior u otro distinto) y compruebe de nuevo el resultado pulsando la tecla de control. Por tanto, cada vez que pulse un botón del círculo, debe oprimir también a continuación la tecla de control” (Watzlawick, 1979, p.20)

El resultado, pues, era el siguiente: Aquellas personas que no oían el timbre, no llegaban a encontrarle sentido al supuesto acertijo que subyacía a la máquina. Por otro lado, cuando la gente comenzaba a oír la campanilla que sentenciaba su acierto, empezaban a creer que de hecho existía una combinación de botones que permitía “ganar”. Entonces procuraban repetir el patrón. Luego, en el caso de quienes oían el campanear en sucesivos aciertos, daban por sentado que habían conocido la combinación justa. Cuando se les explicaba que no había, de hecho, ningún tipo de mecanismo que permita generar un “patrón” de victorias al presionar los botones dispuestos en forma circular, ellos no aceptaban con agrado esta revelación, y defendían la regularidad de sus aciertos… hasta que les mostraban el mecanismo interno y no quedaba duda alguna de la falta de contingencia. Pues, reparando en lo antedicho sobre la confusión, el individuo, primero confundido y luego dando con una certeza, al momento de refutarse esa certeza, tiende a defenderla porque de hecho tuvo sus motivos para creer en ella.
Crear confusiones, entonces, es un mecanismo psíquico idóneo para transformar realidades sobre el proceso mismo de generar la confusión.
Por suerte, en este siglo contamos con innumerables cantidades de certezas ante distintas cuestiones en el marco de (también) distintas disciplinas. Los avances en conocimientos científicos en campos como la astronomía, la biología, la física y entre otras ramificaciones de las ciencias naturales, sociales y exactas, son cada vez más sólidos y los avances de la técnica permiten mejores y más sofisticados análisis.
A pesar de esto, qué es “la realidad” sigue siendo motivo de discusión para los distintos sujetos, y el porqué de la existencia de tantas realidades es motivo de dudar sobre las realidades únicas. Los conocimientos que constituyen la base de la realidad de determinada agrupación cultural y social, no dejan de ser construcciones sujetas a objetos, formuladas por aquellos que manipulan los saberes. Y como bien dije, no hace falta cuestionar todo, porque bien tenemos conocimientos que son verdaderos. Como, por ejemplo, que la tierra es un geoide, que dos más dos es igual a cuatro, que si cocinamos un pedazo de carne es para eliminar ciertas bacterias que podrían sernos dañinas a la hora de consumirlas, que si tengo hambre, puedo comprar algo para comer… Una enorme cantidad de saberes, pero existen muchos otros que, en realidad, no podemos comprobar por nuestros propios medios… y necesitamos de “medios” para conocerlos. Y de ahí, mientras nos sea útil, cualquier cosa podría parecernos verdad. ¿A que no?

III. “Too much information”.

Too much information running through my brain
Too much information driving me insane …”.[14]
 Ya diferentes grupos culturales se encargaban de señalar este particular acontecimiento que el mundo comenzaba a experimentar alrededor de los años sesenta en adelante. El nuevo advenimiento de los medios masivos como otra herramienta poderosa, en este caso, de comunicación y de difusión de información a niveles globales e inmediatos con la extensión del televisor a cada familia marcaba un hito histórico en la historia de las telecomunicaciones. De todos modos, no significó algo tan positivo en general. ¿Por qué? Pues porque fue una herramienta bellísima para darle un nuevo empujón a la industria de la propaganda y al control de la información por parte de las cadenas más poderosas dentro de la industria mediática. ¿Y cuál es el problema de la propaganda? Bueno, primero que nada, respondamos qué es la propaganda. En palabras de la Real Academia Española, la propaganda es la “acción y efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos (y) o compradores” [15]. A este respecto, podemos afirmar que el fin de la propaganda será relativo a los intereses de quienes se encarguen de propagar.
Más curioso aún es saber que, siguiendo las raíces de la propaganda, podemos desembocar en la “Comisión Creel” consolidada en Estados Unidos en 1916, una comisión de propaganda gubernamental que se encargó de transformar a una ciudadanía pasiva en una ciudadanía violenta que repugnaba a los alemanes, todo para darle legitimidad a los movimientos del gobierno estadounidense de involucrarse en la Gran Guerra (o Primera Guerra Mundial). Todo esto a través de propaganda aterradora sobre actos inhumanos supuestamente cometidos por los alemanes durante la guerra y elevando el patriotismo del pueblo[16]. Los resultados fueron tan exitosos que, posteriormente, la misma estrategia propagandística fue utilizada en la Alemania Nazi, con su propio tinte claro.
Ahora hagamos un salto hacia el presente. Actualmente, en pleno siglo XXI, y ya con una aceleración que ha roto toda barrera espacio-temporal en la carrera de las telecomunicaciones, la información que circula es casi infinita. Un análisis elaborado por Qmee – una plataforma digital que le paga a sus usuarios a cambio de determinados datos por encuestas – indica que, en el año 2018, se han reproducido aproximadamente “156 millones de e-mails, 4.27 millones de búsquedas en Google, 4 millones de vídeos vistos en Youtube[17] y miles o millones de difusiones textuales o contenidos audiovisuales, todo eso, en tan solo un minuto. Y este informe excluye a plataformas televisadas (que, a decir verdad, cada vez pierden más terreno dentro del dominio de la comunicación, ni hablar de las radiodifusiones), de manera que la cantidad de información a la que el humano está expuesto hoy en día es, en palabras sensacionalistas, extremadamente exorbitante y descomunal.
Pero vamos a ordenarnos y a no perdernos de foco – tanta información me despista –. ¿Acaso este flujo de información es positivo o negativo? ¿Estamos ante una era de super comunicación o, por otro lado, de falta de ella como consecuencia de sus indomables dimensiones?

III. I. Sobreinformación y desinformación.

Hablar de “sobreinformación” equivale a hablar de un fenómeno apegado a nuestra modernidad. Entendemos por “sobreinformación” “al estado de contar con demasiada información para tomar una decisión o permanecer informado sobre un determinado tema.”[18] Como vimos en los datos ofrecidos por Qmee, es impresionante el actual volumen de información que circula entre las personas, y varia en contenido de todo tipo. Es fácil enterarnos de todo o casi todo lo que sucede en casi cualquier parte del mundo, y esto solamente en un instante. Además, con las redes sociales comenzó un proceso de “democratización” en la reproducción de la información, donde cualquier persona con un celular y motivación propia puede hacer la labor de un reportero… Esto es bueno, porque a vista temprana contribuye con la “libertad de expresión” de los ciudadanos. Antes la opinión pública era mucho más manejable ya que sus vías de expresión eran más “burocratizadas”. Hoy basta con tener Twitter y publicar lo que uno piensa.
El problema es que pensar que las redes contribuyen a “ampliar el paradigma” con respecto a una noticia o a un determinado tipo de información es, muchas veces, caer en un error. ¿Por qué? Primero que nada, porque la opinión pública la siguen modelando los medios típicos (periódicos, noticieros de TV…), y muchas veces lo que se publica en las redes tiene que ver con lo que se dijo en el noticiero de ayer u, como suele suceder, son cadenas de comentarios de personajes públicos. En segundo lugar, porque los medios de comunicación masivos ya se sumaron al ciber-espacio y están volviendo a ganar el terreno que las redes le estaban quitando. No es extraño ver que la cadena CNN tiene su propia web, página de Facebook y de Instagram (por dar un ejemplo).
La sobreinformación, al mismo tiempo, genera un daño colateral en el individuo que tiene que ver con su captación de la atención. Al haber tanta información para acceder y al tener tanto para elegir, abocarse solo a leer una nota en su completitud suele no ser la opción más elegida por los lectores. Para que sea atrapante, la información debe ser concisa, atractiva e impactante, de manera que me permita satisfacer mi curiosidad sin aburrirme y, al mismo tiempo, pasar a la siguiente noticia. Como nos dice Ramonet:
“Muchos ciudadanos consideran que, confortablemente instalados en el sofá de su salón y viendo en la pequeña pantalla una sensacional cascada de acontecimientos a base de imágenes fuertes, violentas y espectaculares, pueden informarse seriamente. Es un error mayúsculo, por tres razones: primero, porque el informativo televisado, estructurado como una ficción, no está hecho para informar, sino para distraer. A continuación, porque la sucesión rápida de noticias breves y fragmentadas (unas veinte por cada telediario) produce un doble efecto negativo de sobreinformación y desinformación. Y, finalmente, porque querer informarse sin esfuerzo es una ilusión que tiene que ver con el mito publicitario más que con la movilización cívica. Informarse cansa y a este precio el ciudadano adquiere el derecho de participar inteligentemente en la vida democrática”.[19]
 Hoy, el celular inteligente se está transformando en la nueva Televisión personalizada y adaptada a los gustos del usuario. Lo cual también puede ser peligroso, porque los algoritmos mismos de las distintas redes, en base a nuestro historial, nos encuadran únicamente en información relacionada a nuestros intereses, y a menos que utilicemos el buscador, no podremos encontrar otro punto de vista que nos ayude a ampliar la visión sobre determinado asunto.
 Este proceso de “sobreinformación” continuo, como veníamos diciendo, produce exacerbados volúmenes de información que, a la hora de determinar la veracidad o la credibilidad de las fuentes, recurrir a una investigación propia navegando y rastreando los orígenes de la información adquirida puede agobiar al lector promedio que, con sus tiempos y sus dedicaciones, prefiere evitar el agobio de socavar en toda esa montaña de informaciones, muchas veces adoptando la postura sin cuestionarla demasiado. Claro que no habría mucho de qué dudar si la información brindada respondiese a un qué, un por qué, un cómo, un dónde, un cuándo y un para qué, siendo el contenido de la información transmitida lo suficientemente fundamentado como para que uno al menos pueda interpretar completamente el asunto. Pero el problema aparece cuando la información que se reproduce tiene como fuente de base a otros artículos, datos o material de dudosa procedencia. Con esto pretendo apuntar al periodismo digital. De hecho, en un estudio sobre el periodismo digital realizado en el año 2009 en Europa (donde se han encuestado a 354 periodistas), un 39% de los periodistas españoles encuestados admitieron utilizar blogs de internet como “fuente primaria de temas o historias sobre las que informar”[20]. Esto, según el autor de la investigación citada, genera una “espiral informativa”, donde hay una retroalimentación por aquellos profesionales que generan contenido tanto como personas o grupos de personas que lo generan de manera independiente y “amateur”. Y no yerra tanto en su postura si consideramos que ya hay diarios digitales con la sección de “redes sociales”, como el diario “La Razón” de Perú.

III. II. Desinformación y conocimiento.

 El fenómeno que pretende interconectar a toda la humanidad y generar una época repleta de conocimientos, entonces, acaba por generar indirectamente una “desinformación” en los lectores/consumidores de información. No es que nos estemos informando, sino que se nos da una visión sesgada de algo, un único punto de vista. Y al realizar esto, no se produce ningún tipo de conocimiento “trascendente”, sino meramente contenido superficial. Hoy accedemos a tantos conocimientos sobre situaciones económicas, políticas, tecnológicas, científicas… Pero aún así sigue existiendo un nivel grave de analfabetismo crítico y de incapacidad de aprehensión que genera, justamente, que toda esa información no tenga carácter de conocimiento. Y si lo tiene, no son tantos los que pueden hacer algo con ese conocimiento al respecto en relación a la cantidad de lectores.
Para añadir un dato con respecto al consumo de información y en relación a la profundidad de la información que el individuo adquiere, hay que considerar como concepto fuerte de todo el asunto a la capacidad de “atención”, entendida como el “proceso psicológico básico e indispensable para el procesamiento de la información de cualquier modalidad (imágenes, palabras, sonidos, olores, etc.) y para la realización de cualquier actividad”. [21] Y una de sus características es la selectividad, cualidad que selecciona entre los distintos estímulos a los más “relevantes”, o, mejor dicho, los más “llamativos”. No pretendo ahondar en las neurociencias, que se encargan de detallar cuestiones relativas al funcionamiento neuronal y a las funciones de nuestro cerebro. Pero esta sencilla señalización nos permite adivinar que, entre una cantidad inmensa de estímulos a los que el individuo contemporáneo esta sometido, se tiene a elegir aquello que “destaque”. Esto puede depender de los valores significativos propios de cada individuo o, por otro lado, por el grado de penetración que el estímulo se empeña a infringir en nuestra atención. Es fácil distraernos y es difícil hacer foco. Y los conocimientos, de esta forma, son muchos, pero diluidos.

IV. Conclusión.

Este corto análisis permite la justificación de que la sobreinformación equivale a hablar de desinformación. Y a su vez abre las puertas para el estudio de innumerables cuestiones sociales y hasta filosóficas con respecto al grado de gravedad que ello significa. El conocimiento, a rasgos generales y refiriéndonos a su adquisición por parte de los estratos medios y bajos de la sociedad, atraviesa un período bastante delicado, y como ciudadanos es nuestro deber generar conciencia crítica con respecto a los volúmenes masivos de información a los que estamos expuestos.
Un punto de partida para formar bases más sólidas de conocimiento (sobre todo cuando este es mediato) es la duda y, a partir de ella, la investigación para ampliar (no para reforzar) al máximo el panorama y el paradigma, de manera de no tentar nuestro juicio a adoptar información poco fiel o con intenciones encuadradas.
Es algo sumamente difícil, sí, y de hecho complejo. Pero es la vía más sensata a escoger para llegar al conocimiento y no ser atacados por la desinformación. Como dice don Juan, iremos al saber bien despiertos, con miedo y con absoluta confianza.



Bibliografía consultada.

·      Romero, F. (1973): “Introducción a la Lógica y a la problemática filosófica.” Editorial Losada S.A, Buenos Aires, Argentina.
·         Martínez Marín, A.; Ríos Rosas, F. (2006): “Los Conceptos de Conocimiento, Epistemología y Paradigma, como Base Diferencial en la Orientación Metodológica del Trabajo de Grado.”  Universidad de Chile, Santiago de Chile. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=101/10102508.
·         Blasco, S. L.; Grimaltos, T. (2004): “Teoría del conocimiento.” Universitat de València.
·         Figueira, M. (2017): “Modelo ontológico de la realidad.” Disponible en: http://www.eumed.net/libros/img/portadas/1683.pdf.
·         Watzlawick, P. (1979): “¿Es real la realidad?: confusión, desinformación y comunicación.” Herder Editorial, S. L., Barcelona.
·         Chomsky, N.; Ramonet, I. (1993): “Cómo nos venden la moto: Información, poder y concentración de medios.” Icaria editorial S.A, Barcelona.
·         Caldevilla Domínguez, D. (2013): “Efectos actuales de la “sobreinformación” y la “infoxicación” a través de la experiencia de las bitácoras y del proyecto I+D Avanza ‘Radiofriends’”. Revista de Comunicación de la SEECI. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4388407.
·          Boggiano, M. (17/12/2019): “Qué va a pasar con el dólar tras los anuncios de Martín Guzmán”, nota del diario virtual “Noticias Perfil”. Disponible en: https://noticias.perfil.com/noticias/economia/que-va-a-pasar-con-el-dolar-tras-los-anuncios-de-martin-guzman.phtml
·  Qmee (2018): “What happens online in 60 seconds?” Disponible en: https://blog.qmee.com/qmee-online-in-60-seconds/.

·         Fernández Olaria, R. (2016): “La atención: bases fundamentales”. Disponible en: https://www.downciclopedia.org/neurobiologia/la-atencion-bases-fundamentales.html




[1] Carlos Castaneda, “Las enseñanzas de Don Juan: una forma yaqui de conocimiento”, decimocuarta reimpresión de 2013 por el Fondo de cultura económica, p. 63.
[2] Si bien los ambas son partes de la filosofía que se encargan de estudiar la naturaleza del conocimiento y explican la teoría del conocimiento, hay quienes no concuerdan en que ambas sean sinónimos.
[3] Este libro es: “Lógica e introducción a la problemática filosófica” (1973).
[4] En su libro “Meditaciones metafísicas”, donde sienta las bases del conocimiento en el razonamiento a través de su “duda metódica”.
[5] En su “Tratado de la naturaleza humana”.
[6] En su “Lógica e introducción a la problemática filosófica” define a la verdad como “conformidad de un conocimiento con la situación objetiva correspondiente”. (p.125)
[7] Marcelino Figueira, “Modelo ontológico de la realidad”, p.15 (2017).
[8] Definición de “real” del diccionario de la R.A.E [en línea]: https://dle.rae.es/real#VGqyuLj
[9] Definición de “realidad” del diccionario de la R.A.E [en línea]:
https://dle.rae.es/realidad?m=form
[10] Para más detalles, recomiendo acceder al trabajo de Marcelino. Es muy interesante y sencillo de comprender, además de que contiene cuadros que le dan una mayor interpretación didáctica al lector (Ver bibliografía).
[12] Miguel Boggiano, “Qué va a pasar con el dólar tras los anuncios de Martín Guzmán”, nota del diario virtual “Noticias Perfil” (17/12/2019). [en línea]: https://noticias.perfil.com/noticias/economia/que-va-a-pasar-con-el-dolar-tras-los-anuncios-de-martin-guzman.phtml
[13] Paul Watzlawick, “¿Es Real la Realidad?: confusión, desinformación, comunicación.” (1979), p.20
[14] The Police: “Too much information” (canción; 1981). En español, este fragmento se traduce: “mucha información corriendo por mi cerebro; mucha información me está volviendo loco”.
[15] Definición de la R.A.E [en línea: https://dle.rae.es/propaganda].
[16] Más al respecto en “Cómo nos venden la moto: información, poder y concentración de medios” (1995), de Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, p.8-10.
[17] “What happens online in 60 seconds?” Qmee (2018) [en línea: https://blog.qmee.com/qmee-online-in-60-seconds/].
[18] Wikipedia: Sobrecarga informativa [en línea: https://es.wikipedia.org/wiki/Sobrecarga_informativa].
[19] Chomsky, N. y Ramonet, I. (1995), “Cómo nos venden la moto. Información, poder y concentración de medios”, p.81
[20] David Caldevilla Domínguez, “Efectos actuales de la “Sobreinformación” y la
“Infoxicación” a través de la experiencia de las bitácoras y del proyecto I+D avanza ‘Radio Friends” (2013), p.48 [en línea: https://www.redalyc.org/pdf/5235/523552848002.pdf]
[21] Roser Fernández-Olaria, “La atención: bases fundamentales” (2016), Downciclopedia [en línea: https://www.downciclopedia.org/neurobiologia/la-atencion-bases-fundamentales.html]

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