El conocimiento en tiempos de desinformación
Introducción.
“Un hombre va al saber cómo a la guerra: bien
despierto, con miedo, con respeto y con absoluta confianza. Ir en cualquier
otra forma al saber o a la guerra es un error, y quien lo cometa vivirá para
lamentar sus pasos. […]” [1]
Esta afirmación que don Juan realiza a
Castaneda luego de su primer encuentro con el “Mezcalito” parece sumamente lo
contrario a lo que hoy en día generalmente solemos hacer como sociedad.
Dormidos, sin miedo a causa de una confianza que sesga lo que aprehendemos de
lo que nos rodea y tergiversando el término “respeto” con el de completa
sumisión a la información que circula cotidianamente. Quizás por desinterés,
por falta de tiempo como consecuencia de la multiplicidad de actividades que la
contemporaneidad ofrece, o porque es más fácil acatar la información sin
corroborar su veracidad y ya, confiar en los divulgadores, reporteros y/o
periodistas que, por algo hacen su trabajo, ¿no?
Lo cierto es que desde el boom de
las telecomunicaciones y, sobre todo, desde la propagación masiva de Internet a
finales de los noventa, la sobreinformación y la exorbitante divulgación de
noticias, artículos de todo género, contenido audiovisual, etc. sin casi ningún
tipo de barreras ha contribuido a un consumo desmedido de información y a la
formación de conocimientos –en ocasiones múltiples– carentes de
sustentos solidos con el objeto de lo cual se proponía conocer…
Esto es terrible porque, justamente,
la desinformación masificada y la construcción de conocimientos vacíos y de
insulsa justificación contribuyen a la creación de una sociedad mal informada,
fácil de manipular, con tendencia a la confusión y abrumada, factores bastante
claves a la hora de entender el motivo de tantas sociedades polarizadas y con fácil
predisposición al conflicto entre opiniones o ideas opuestas. Desentrañar los
conocimientos que conforman nuestros paradigmas y cuestionarnos o plantearnos
la posibilidad de que las fuentes puedan ser erradas –ya sea intencionalmente
como por un error en el procedimiento de divulgación de la información–
constituye pilar esencial para el camino hacia el entendimiento de nuestros
conocimientos, y en primera instancia es preciso reconocer la desinformación a
la que actualmente estamos sometidos.
En este pequeño trabajo a modo de ensayo,
me propongo a indagar sobre ciertas cuestiones que considero de suma relevancia
sobre la temática: ¿Qué es el conocimiento?, ¿cuándo podemos decir que un
conocimiento es real?, ¿qué tan distorsionado se vuelve el conocimiento como
consecuencia de la desinformación? Realmente, caer en falsos conocimientos
sobre nuestra realidad social nos hace caer de lleno en un círculo vicioso del
cual es muy difícil escapar y en donde poco se nos permite llegar a un tipo de
información certera, por eso considero sumamente importante llegar a
conclusiones que nos permitan, reitero, poner en duda ciertas cosas que
actualmente damos por sentadas.
I. ¿“Conocimiento”?
Ya es un problema en sí (desde los orígenes de la epistemología y la
gnoseología [2]
lo fue) definir el concepto de conocimiento y sus implicancias, pero no
es imposible del todo llegar a tener una concepción del término. En sí, conocer
implica “aprehender teóricamente los objetos, sus modos y sus
relaciones” (Romero, 1973, p.113), y el conocimiento, por ende, es el
producto que obtenemos del ejercicio de conocer. Otra definición muy
interesante es la siguiente hecha por dos estudiantes de la Universidad de
Chile:
"Se puede decir que el conocer es un proceso a través del cual un
individuo se hace consciente de su realidad y en éste se presenta un conjunto
de representaciones sobre las cuales no existe duda de su veracidad." (Martínez Marín; Ríos Rosas, 2006, p.2)
Bien podemos decir, entonces, que el conocimiento es la idea que se
tiene de un objeto real –que un sujeto tiene del objeto–. Pero esta definición
tiene sus flaquezas: ¿Entonces el conocimiento es la idea (o
representación) que el sujeto tiene del objeto? Sí, pero necesariamente, para
que el conocimiento sea tal, el saber del sujeto con respecto al objeto
debería ser fiel y objetivo. Y el problema que aquí subyace es cuando el sujeto
debe captar ese objeto. Si existe coherencia entre la interpretación/representación
del objeto y el objeto en sí, estamos entonces ante un auténtico conocimiento.
Diremos en este caso que, el conocimiento, la representación, se justifica, ya
que contamos con una representación objetiva coherente. Por ejemplo: vemos una
pelota de baloncesto (objeto). Sé que es redonda ¿pero es real ese conocimiento
que tengo de la pelota? Por motivos empiristas sí, yo percibo esa pelota como
una forma redonda. También puedo ahondar más sobre ese objeto y sobre el
conocimiento sobre él, a saber: descubro que la pelota rebota, determino cierto
tamaño y cierto peso de la misma, el color, etc. Pero en este caso, mi
representación de la pelota, una vez posea yo el conocimiento, será con
respecto esa pelota particular, a ese objeto. Falso sería, pues, tener el
conocimiento de que todas las pelotas son redondas, que rebotan y que tienen de
68 y 73 centímetros de circunferencia y de 23 a 24 de diámetro, porque no todas
las pelotas son iguales.
Podemos objetar, también, determinados hechos. Como, por ejemplo, la
Segunda Guerra Mundial. En este caso, saber sobre qué fue la Segunda Guerra
Mundial, es un conocimiento más complejo y vasto, porque se trata de un suceso
histórico, donde circunstancias objetivas fueron determinadas por sujetos. Y
aquí la cuestión se torna mucho más intrincada y espinosa, y entra en juego
también el juicio de cada sujeto. Para ser un poco más gráficos: Ciertas
cuestiones a determinar dentro del concepto de la “Segunda Guerra Mundial” si
son más sencillas de conocer en relación al conocimiento sujeto-objeto, como
por ejemplo los países que intervinieron en la guerra, los años en los que se desarrolló
la guerra, las rivalidades… Pero muchos sucesos ocurridos dentro del marco de
la Guerra (y saberes de los mismos) pueden variar en su comprensión, sobre todo
en la actualidad. Por ejemplo: ¿Cómo puedo yo saber si los ejércitos japoneses
practicaron canibalismo con sus prisioneros de guerra? (sin intención de
ofender a los japoneses contemporáneos). Pues, hubo testimonios de varios
soldados que aseveraban la veracidad del asunto. ¿Y cómo sé que dicen la
verdad? Bueno, se han encontrado muchos cuerpos de prisioneros de guerra con
extremidades aparentemente arrancadas a mordiscones y han circulado fotografías
al respecto, incluso muchos soldados japoneses capturados han testimoniado que,
de hecho, han practicado canibalismo. Entonces, contamos con una creencia
verdadera justificada (Blasco; Grimaltos, 2004, p.68) que constituye al
conocimiento. El problema con este tipo de conocimientos sujetos a hechos
difíciles de cuantificar es su fragilidad, su posibilidad de ser refutados,
tergiversados e inexactos.
Los dos ejemplos previamente mencionados son muestras fieles de lo que
Francisco Romero refiere en uno de sus libros[3]
como conocimiento intuitivo y conocimiento científico. Nuestro caso
de la pelota de baloncesto, resulta ser un conocimiento intuitivo. En él
se nos presenta el objeto de manera directa, inmediata, y a través de nuestros
sentidos conocemos el objeto. Por otro lado, el caso de “La Segunda Guerra
Mundial”, pues, resulta ser una construcción de diferentes términos, fenómenos
y situaciones objetivas analizadas por historiadores. Considerando, entonces,
al conocimiento histórico como conocimiento científico, podemos decir que la
interpretación de ese objeto fue producto de un largo análisis metódico de
diferentes documentos, testimonios y entre otras fuentes de información que
contribuyeron con la noción de este conocimiento. Pero entonces… ¿no parecería
ser en este caso que el objeto es intervenido por un factor extrínseco a sí
mismo?
I. I. Cuando el sujeto crea al objeto.
Hasta ahora decíamos que el conocimiento debía ser una relación entre
sujeto-objeto donde el sujeto percibía y creaba una representación del objeto
sin modificarlo. ¿Pero no parecería ser al revés en el caso de la Segunda
Guerra Mundial? Después de todo, ¿puede esta tocarse?, ¿puede sentirse?,
¿podemos atarla a un espacio-tiempo particular? Al tratarse de un concepto casi
abstracto y complejo, naturalmente no podríamos tener una sensación palpable e
inmediata del mismo, sino que tenemos una percepción mediata, mediada
por algo más, en este caso, por documentos, manuales, libros y otro tipo de
material que justifica ese conocimiento. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si
eliminásemos toda aquella evidencia que justifica la existencia de una Segunda
Guerra Mundial? Libros, personas con aquellos recuerdos, fotografías, vídeos,
documentos… todo hecho desaparecer en un intento de borrar este hecho
histórico. Las generaciones de entonces, pues, difícilmente sepan que esto
existió, que alguna vez ha sucedido y, si alguien menciona algo sobre esto,
probablemente lo tomen por loco, pues, ¿bajo qué evidencia puede probar que
alguna vez hubo de hecho una Segunda Guerra Mundial?
En este caso, entonces, donde el objeto a conocer se fundamenta en base
a justificaciones que han sido construidas por otros objetos edificados por
sujetos, la delicadeza y la fácil manipulación del objeto puede prestarse a la
reproducción de un conocimiento distorsionado. ¿Qué quiere decir distorsionado?
Pues, que el sujeto, al no percibir el objeto de manera inmediata, es como si
ese medio fuese una especie de “filtro”, que no existe verdadera
correspondencia con lo que el sujeto sabe del objeto y de lo que realmente es
el objeto. Es como si yo no supiese qué es un agroquímico y la empresa que
viene a venderme el producto me explica que este es una tecnología utilizada
para mejorar la eficiencia de la producción agrícola (¡Genial!), pero sin
decirme los daños que los mismos podrían provocar al ambiente y a la salud de
las personas que entran en contacto con las sustancias tóxicas (¡Caramba!).
I. II. El conocimiento pragmático.
No ahondaremos en el presente ensayo, pero posiciones con respecto a
definir la concepción del conocimiento existieron varias: Descartes y el
racionalismo[4]
y Hume con el empirismo[5].
Pero una de las corrientes que, a mi parecer, imperan en lo que respecta al
conocimiento y su significado durante el siglo XXI es el pragmatismo,
fuertemente desarrollado a finales del siglo XIX con William James como uno de
sus principales pioneros. La fórmula es sencilla: El saber puede considerarse
como tal si éste es, necesariamente, útil. Es “el total, el que sostiene la
índole práctica de todo conocimiento” (Romero, 1973, p.123). Con esto
podemos entender al saber cómo una relación práctica entre el sujeto y el
objeto, donde la única justificación válida consiste en demostrar, justamente,
la utilidad de este conocimiento. Si yo digo “el fuego quema”, donde el objeto
es el fuego y “quemar” es uno de sus atributos, tengo aquí un conocimiento. Si,
de hecho, cuando yo me acerco al fuego, este me quema, pues el saber de que “el
fuego quema” realmente es útil. Hasta aquí no parece existir problema alguno,
pero pongamos por caso otro ejemplo, más complejo: Imaginemos un país donde
existe una gran cantidad de pobres. El pueblo demanda una solución por parte
del poder estatal, y lo culpa de este hecho. Pero el gobernante, para
defenderse, explica: “Sé que últimamente hay gran cantidad de pobres en nuestra
nación. Pero no es debido a las políticas económicas del país, sino que el
problema son las empresas extranjeras que han intervenido en la nación y que se
han adueñado de las riquezas”. Hagamos una pausa aquí. El objeto, entonces, es
la pobreza, es una realidad. ¿Por qué hay pobreza?, pues, según el gobernante,
por las empresas extranjeras que se quedan con todas las riquezas y no las
distribuyen. ¿Hay empresas extranjeras en el país que posean gran capital?,
Pues sí que las hay. ¿Ganan sus principales dueños mayores riquezas que sus
empleados e incluso que aquella gente desempleada? Sí, seguramente sea cierto
si es que el país acuña un modelo económico capitalista. Entonces, que la
pobreza exista porque existen empresarios de entidades multinacionales
adinerados dentro del país parecería ser un conocimiento útil. Ahora, si esto
es o no realmente el motor único de la pobreza y todas sus implicancias, puede
ponerse en cuestión.
Es que lo útil es útil (o práctico) en cuanto satisfaga los
requerimientos del sujeto, no en relación al saber real del puro objeto. Pero
hoy por hoy parecería ser que el pragmatismo es realmente imperante en la
sociedad. Un ejemplo es la grave polarización, que divide a la sociedad en
sectores ideológicamente opuestos donde el argumento principal es, a simple
vista, pragmático. Para generalizar y no hablar de casos particulares, diremos
que de un lado está la derecha y, del otro, la izquierda (que hoy por hoy no es
la izquierda del siglo XX). Si A no es de derecha, entonces es de izquierda. Si
B no es de izquierda, entonces es de derecha. Como se tiende a ser A o B, este
saber parecería ser útil, práctico, dentro de un contexto donde no existen
grises, claro. Otro ejemplo son las redes sociales, estimulantes esenciales a
la hora de hacer circular saberes y conocimientos a través de las “tendencias”.
Aquí el sentido pragmático se puede observar también por una cuestión de
convención. Si vemos una foto de un aglomerado de gente alrededor de una caja
mortuoria con la leyenda de: “murió Mengano, el famoso cantante de música
‘pop’, que en paz descanse”, y además observamos que esta información fue
reproducida por miles y miles de personas en la plataforma, pues creeremos que
seguramente se trate de una verdad. El razonamiento podría ser: “Mengano es
mortal; mucha gente dice que Mengano murió; una foto muestra –aparentemente– la
despedida de los fanes de Mengano en el traslado de su ataúd al velorio;
Mengano está muerto”. ¿Será verdad? Pues, por convención parece que sí…
I. III. El problema de la verdad.
La verdad es y fue realmente una herramienta valorada a la hora de
imponer legitimidad. Legitimar, dar validez, es algo que necesariamente precisa
una verdad. Pero, ¿qué es puntualmente?
El término se puede entender como una relación de concordancia o de
“correspondencia” entre el pensamiento y la realidad (Luis Villoro, p.213, “Verdad”).
Como consecuencia, la verdad dependerá siempre de dos partes, entonces, para
entenderse, según este planteo, pero donde una está subordinada a la otra. El
pensamiento es entonces aquello que debe estar subordinado al objeto real.
Romero, por otra parte, si bien en un comienzo enuncia una definición
similar[6],
luego dice: “La verdad tiene una existencia objetiva, independientemente de
que la conozcamos” (Romero, 1973, p.126). Esta afirmación nos hace entender
que ya, en realidad, no se trata de una relación, sino que se trata, en
sí, de una circunstancia, de un hecho objetable. Me atrevo a decir que, la
verdad, lo verdadero, es en realidad un hecho clavado en un espacio y un
tiempo determinado. Luego, de ese objeto se puede aprehender un pensamiento,
que en relación con el hecho será un pensamiento verdadero (si existe la
representación real) o un pensamiento no verdadero, falso (si no existiese una
representación real objetable de este pensamiento).
Después de todo, ¿Cuándo decimos que un pensamiento, un juicio, una idea
o una representación es verdadero? Justamente cuando, aquello a lo que refiere,
existe, es objetable y/o real. Cuando aquello que “se sabe” es “lo que es”. Si
yo digo que mi teléfono está sonando y, efectivamente, mi teléfono está
sonando, estaré mencionando una situación verdadera de un hecho verdadero. Esto
es fácil determinarlo porque se trata de un caso inmediato de los sentidos que construyeron
el pensamiento de que “mi teléfono está sonando” no tenían más barreras que los
propios sentidos. La evidencia está al alcance de los sentidos. Pero si, por
ejemplo, agarro el periódico y leo: “explotó una bomba en Corrientes”. ¿La
evidencia es inmediata? A menos que crea ciegamente en lo que “me dicen” de lo
que “sucedió”, no, no se trata de una evidencia inmediata. Se trata de un
contenido noticioso, de información sobre un suceso que (se afirma) ocurrió.
Pero esa información, ese conocimiento, llega a mí a través del conocimiento de
alguien más que me presentará pruebas al respecto (evidencia), lo
suficientemente convincentes como para determinar que ese hecho realmente
ocurrió. Seguramente con la determinación de un cuando, un dónde, un cómo y con
las respectivas justificaciones. Pero esta misma “mediatez” es lo que convierte
a esta información en una especie de barrera, entre lo que es y lo que “se
dice” que “es” de un suceso, hecho o situación objetiva.
Para no dar más vueltas sobre lo mismo (que, de hecho, seguiremos dando
vueltas sobre lo mismo), según lo dicho anteriormente, podemos afirmar que la verdad
es, entonces, lo real y todo lo que pertenezca a la “realidad”. Si decimos que
la mesa es marrón y, de hecho, la mesa es marrón, antes de ser marrón la mesa
“es”, existe, es real. Luego, la mesa es “marrón”, por ende, decir que la mesa
– esa mesa – es marrón sería decir una “verdad”. Pero… ¿la mesa es marrón
porque la vemos así?, ¿o la mesa es marrón porque es real?...
II. La realidad (o lo que entendemos de ella).
“La realidad de algo es una abstracción, un concepto […].” [7]
“La realidad”, un concepto con el que convivimos a diario, ciertamente.
Pero igual de cierto debe ser el hecho de que nunca – o pocas veces – hemos
reparado correctamente sobre este concepto, este término de uso cotidiano y del
cual casi nunca dudamos.
Cuando algo es “real”, damos por sentado de que indudablemente eso
existe en el mundo, es posible de ver, de tocar o de percibir a través de
alguno de nuestros sentidos. Según el diccionario de la R.A.E, para ser más
formales, lo real (en su primera definición) es aquello “que tiene existencia
objetiva” [8].
La “realidad”, por su parte, es “la existencia real y efectiva de algo” [9].
Pero es aquí donde comienza la fragilidad del término, o la capacidad de
modelarlo, ya que decir que la realidad es la existencia “efectiva” de algo,
implica utilidad. Algo útil… ¿para qué?, ¿para quién? Y de aquí, infinitas
posibilidades.
La cita realizada al comienzo de este apartado, de Marcelino Figueira,
resulta a mi parecer muy convincente. La “realidad”, como bien dice, es una
abstracción. ¿Por qué? Porque es lo que el sujeto inmerso en el mundo se figura
del mundo conocido, de los entes corpóreos sensibles, término que
Figueira usa para denominar a todos aquellos componentes universales que
integran un universo como un todo de este conjunto de entes perceptibles para
el sujeto [10].
Entonces, la realidad será construida por lo que un individuo capta de aquello
que es extrínseco a él mismo o a lo que un grupo de individuos capte de estos entes.
Por ende, podemos aseverar que la realidad en sí misma no es necesariamente una
totalidad universal, sino que es, como bien dijimos, efectiva, y debe responder
a hechos o fenómenos de manera que sea útil para aquellos que conviven con esa
concepción de la realidad.
La realidad, entonces, dista de ser lo “real”. La realidad – podría
decirse – es como un molde. Un molde atado a las relaciones entre sujetos-objetos,
relación que puede mutar en un mundo repleto de sujetos y repleto de objetos y
dónde los sujetos crean objetos. La “cultura”, por ejemplo, es un tipo de
concepción de la realidad. Este conjunto de valores, costumbres, creencias,
conductas y lenguajes determinados actúa bajo determinadas “normas” compartidas
por todos quienes adoptan y crecen dentro del espacio cultural. Y la cultura
es, justamente, un concepto “abstracto”.
Pero, ¿quién determina la realidad? Figueira dirá, en concordancia con
las ideas filosóficas de Lacan, que la “realidad general” está “conformada
por grupos de poder, estos son quienes dictaminan lo que es en ‘el mundo real’,
siendo aceptada convencionalmente por el conjunto social” (Figueira, 2017,
p.18). En estos términos podríamos pensar a la realidad como una norma, una
franja impuesta por aquellos encargados de construir y estructurar la sociedad.
Lógicamente, en relación con lo que hablábamos en el apartado del
conocimiento, esta concepción de la realidad resulta ser un proceso. ¿Cómo?
Pues, así como la vida misma, la realidad cambia. Está claro que lo real no,
eh, esto sí es inmutable. Pero la realidad es un proceso que nace con el
individuo, crece con las comunidades, se transforma con la sociedad y, pues…
morirá con ella. Si nos remontamos hacia años antes de Cristo, ver el noticiero
por televisión no era una realidad. Uno no podía pretender enterarse de lo que
sucedió al otro lado del mundo sentado en la comodidad de su casa.
La realidad se va moldeando a los cambios de las entidades que la
integran (o que la crean). Las cosas concretas que en su conjunto la construyen
tienden a cambiar, y, por ende, tienden a metamorfosear la realidad misma.
Entonces… ¿no hay nada fijo?, ¿no hay una esencia? Pues, podemos decir que sí
existe algo que subyace a la realidad. Y es, justamente, lo real. Lo objetivo.
Lo que existe explícitamente. Pero es difícil perpetuar lo real, porque cuando
pretendemos entender lo real, automáticamente caemos en representaciones de “lo
real”, conocimiento, y estos conceptos y saberes “representacionales”, y pasan
a ser saberes pertenecientes a “sujetos”. Más allá de esto, siempre es posible
el acercamiento afín a lo real que propician las llamadas ciencias (que incluso
estas han caído históricamente en errores), que estudian metódica y
sistemáticamente fenómenos, hechos y situaciones objetables para comprender la verdad
de su funcionamiento. Pero no ahondaremos en las profundidades de las ciencias,
que son múltiples y variadas. Sin embargo, proseguiremos dándole vueltas a la
cuestión de la fragilidad de los términos que nos proponemos tratar.
II. I. ¡No te confundas!
“Creer que la propia visión de la realidad es la realidad misma, es una
peligrosa ilusión.” [11]
En su libro, “¿Es Real la Realidad?”, Watzlawick plantea la idea de la
construcción de la realidad como producto de la comunicación entre los
individuos. Y de este modo, le brinda a la expresión, al lenguaje y a las
significaciones culturales un rol determinante a la hora de construir
determinadas realidades sociales.
De acoplarnos a esta
concepción, podríamos ampliar nuestro entendimiento y plantearnos la siguiente
situación: Supongamos que estamos platicando con un Hispanoparlante nativo de
Latinoamérica, por ejemplo, Argentina. Él no conoce más que su idioma. Si le
digo que “yo tengo dos vacas en mi casa”, pues, él podrá formularse o
representarse que yo tengo dos vacas en mi casa. Pero si le digo “I have two
cows in my home”, probablemente no comprenda nada de lo que le estoy diciendo.
Aquí habría un problema de significación terrible. Si bien ambos enunciados
refieren lo mismo, pero en diferentes idiomas, el mensaje adquiere – en este
caso – un “recipiente”, digámosle, distinto. El primero aludía al mismo hecho
que el segundo, pero en distinto idioma.
Se trata de un
hipotético caso de “confusión”. Watzlawick dirá que la confusión “es la
consecuencia de una comunicación defectuosa, que deja sumido al receptor en un
estado de incertidumbre o de falsa comprensión” (Watzlawick, 1979, p.6). El
lector se podrá preguntar “¿Qué tiene de malo estar confundido?”. Nada, ni de
malo ni de bueno, ni de grave di de leve, esos son juicios sujetos a
situaciones. Pero para reflejar el problema de la confusión, nos atajaremos
también de lo que dice Paul.
“…los seres humanos, como el resto de los seres vivientes,
dependemos, para bien y para mal, de nuestro medio ambiente y esta dependencia
no se limita a las necesidades de nutrición, sino que se extiende también a las
de suficiente intercambio de información. Esto es válido sobre todo respecto de
nuestras relaciones interhumanas, en las que para una convivencia soportable
resulta particularmente importante un grado máximo de comprensión y un nivel
mínimo de confusión.”
(Watzlawick, 1979, p.6)
Necesitamos certezas,
porque estas van a garantizar (o no) nuestro proceder y, por tanto, nos dará
mayor o menor seguridad sobre nuestro acontecer. Parecería lógico, e incluso no
se hace imposible graficarnos ejemplos al respecto. He aquí un ejemplo de
confusión y certeza para desvanecer tal confusión extraído de un diario
argentino:
“¿A qué precio llegará el dólar? Siempre difícil de decir. La
clave será la inflación esperada. Si tenemos al Contado con Liquidación en $75
e imaginamos que el dólar empata con la inflación (del 40%-50%), podríamos
pensar en $105-$115 para fines del 2020.”[12]
La primera pregunta expresa una inquietud. A “qué precio llegará
el dólar” en relación al peso argentino es una pregunta (ahí mismo se expresa)
difícil de contestar. Pero no contar con una certeza o con una aproximación
sería un desastre para la economía. Imagínese que un ahorrista argentino quiere
comprar determinada cantidad de dólares para que no se devalúen sus ganancias
en pesos, pero no sabe si en realidad el precio de dólares bajará o subirá.
¿Qué hace? Seguramente no compre y busque otra alternativa, o especule con una
posibilidad de 50-50. De manera que llegan los analistas económicos y, en base
a métodos de análisis propios de la economía, se encargan de llegar a
respuestas lo más certeras posibles. Y señalan, como en el ejemplo, que, si se
cumplen ciertas variables, el precio del dólar probablemente llegue a ser tal.
Aquí ya hay una certeza. La realidad sobre el precio del dólar a futuro cambia,
y resultará para algunos argentinos más convincente (o no) comprar dólares.
Esta “tendencia” a buscar respuestas o certezas, como
contrapartida, puede inducirnos a errores. Ejemplos también sobran, y los más
“famosos” podemos referirlos a casos de grandes verdades científicas en la
historia que han sido refutadas, como la concepción de la tierra plana, o la de
la tierra como centro del universo. Ambas dos en su momento se sostenían sobre
bases argumentales innegables, hasta que pudo probarse lo contrario.
La confusión desestabiliza y nos lleva a tomar certezas de forma
apresurada o conveniente. No es algo “agradable” el estar confundidos y, por
ende, es entendible que nos aferremos a un determinado tipo de creencia,
conocimiento o certeza para borrar ese sentimiento de desamparo.
Con respecto a lo anterior Paul Watzlawick nos ilustra en su
libro un ejemplo que da a cuenta de lo fácil que es para una persona arraigarse
a creencias que creen “verdaderas”, intentando defenderlas más allá de que se
explica, estas son falsas: Paul nos cita un experimento de John C. Wright
llevado a cabo en la Universidad de Stanford[13].
Este pretendía observar la manera en la que las personas suelen crear (yo
también lo he solido hacerlo) supersticiones sobre cuestiones “no
contingentes”, es decir, sobre cuestiones que entre sí no tienen relación
alguna.
Para ello, construyo una máquina “traga monedas”, pero de una
estructura singular. Tenía, en su tablero, 16 botones ubicados de manera que
formaban un círculo y, en el medio de estos botones, otro botón, el botón de
control. Los dieciséis botones ubicados en forma circular estaban, en sí,
aislados de todo circuito. En realidad, no estaban conectados a ningún
mecanismo. Pero, a través de una serie de pautas dadas antes de la ejecución
del experimento, se podía llegar a pensar que de hecho sí. Las “instrucciones”
eran las siguientes:
“Su tarea consiste en pulsar los botones de tal forma que
consiga en el marcador la más alta cifra que le sea posible. Usted no sabe, naturalmente,
cómo conseguirlo, y al principio tiene que guiarse por pruebas al azar. Poco a
poco, irá usted mejorando. Cuando oprima el botón adecuado, o uno de una serie
de botones adecuados, oirá un zumbido y el marcador anotará una unidad más. Por
cada tecla correctamente pulsada ganará un punto y en ningún caso perderá los
puntos ya conseguidos.
Comience usted oprimiendo uno de los botones del círculo. Luego,
oprima el botón de control del centro para ver si ha ganado. Si es así, al
oprimir el botón de control sonará el zumbido. A continuación, vuelva a oprimir
un botón del círculo (el mismo que la vez anterior u otro distinto) y compruebe
de nuevo el resultado pulsando la tecla de control. Por tanto, cada vez que
pulse un botón del círculo, debe oprimir también a continuación la tecla de
control” (Watzlawick,
1979, p.20)
El resultado, pues, era el siguiente: Aquellas personas que no
oían el timbre, no llegaban a encontrarle sentido al supuesto acertijo que
subyacía a la máquina. Por otro lado, cuando la gente comenzaba a oír la
campanilla que sentenciaba su acierto, empezaban a creer que de hecho existía
una combinación de botones que permitía “ganar”. Entonces procuraban repetir el
patrón. Luego, en el caso de quienes oían el campanear en sucesivos aciertos,
daban por sentado que habían conocido la combinación justa. Cuando se les
explicaba que no había, de hecho, ningún tipo de mecanismo que permita generar
un “patrón” de victorias al presionar los botones dispuestos en forma circular,
ellos no aceptaban con agrado esta revelación, y defendían la regularidad de
sus aciertos… hasta que les mostraban el mecanismo interno y no quedaba duda
alguna de la falta de contingencia. Pues, reparando en lo antedicho sobre la
confusión, el individuo, primero confundido y luego dando con una certeza, al
momento de refutarse esa certeza, tiende a defenderla porque de hecho tuvo sus
motivos para creer en ella.
Crear confusiones, entonces, es un mecanismo psíquico idóneo
para transformar realidades sobre el proceso mismo de generar la confusión.
Por suerte, en este siglo contamos con innumerables cantidades
de certezas ante distintas cuestiones en el marco de (también) distintas
disciplinas. Los avances en conocimientos científicos en campos como la
astronomía, la biología, la física y entre otras ramificaciones de las ciencias
naturales, sociales y exactas, son cada vez más sólidos y los avances de la
técnica permiten mejores y más sofisticados análisis.
A pesar de esto, qué es “la realidad” sigue siendo motivo de
discusión para los distintos sujetos, y el porqué de la existencia de tantas
realidades es motivo de dudar sobre las realidades únicas. Los conocimientos
que constituyen la base de la realidad de determinada agrupación cultural y
social, no dejan de ser construcciones sujetas a objetos, formuladas por
aquellos que manipulan los saberes. Y como bien dije, no hace falta cuestionar
todo, porque bien tenemos conocimientos que son verdaderos. Como, por ejemplo,
que la tierra es un geoide, que dos más dos es igual a cuatro, que si cocinamos
un pedazo de carne es para eliminar ciertas bacterias que podrían sernos
dañinas a la hora de consumirlas, que si tengo hambre, puedo comprar algo para
comer… Una enorme cantidad de saberes, pero existen muchos otros que, en
realidad, no podemos comprobar por nuestros propios medios… y necesitamos de
“medios” para conocerlos. Y de ahí, mientras nos sea útil, cualquier cosa
podría parecernos verdad. ¿A que no?
III. “Too much information”.
“Too much information running through my
brain
Too much information driving me insane …”.[14]
Ya diferentes grupos culturales se encargaban de señalar este
particular acontecimiento que el mundo comenzaba a experimentar alrededor de
los años sesenta en adelante. El nuevo advenimiento de los medios masivos como
otra herramienta poderosa, en este caso, de comunicación y de difusión de
información a niveles globales e inmediatos con la extensión del televisor a
cada familia marcaba un hito histórico en la historia de las
telecomunicaciones. De todos modos, no significó algo tan positivo en general.
¿Por qué? Pues porque fue una herramienta bellísima para darle un nuevo empujón
a la industria de la propaganda y al control de la información por parte de las
cadenas más poderosas dentro de la industria mediática. ¿Y cuál es el problema
de la propaganda? Bueno, primero que nada, respondamos qué es la propaganda. En
palabras de la Real Academia Española, la propaganda es la “acción y
efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos (y) o
compradores” [15]. A este respecto,
podemos afirmar que el fin de la propaganda será relativo a los intereses de
quienes se encarguen de propagar.
Más curioso aún es saber que, siguiendo las raíces de la
propaganda, podemos desembocar en la “Comisión Creel” consolidada en Estados
Unidos en 1916, una comisión de propaganda gubernamental que se encargó de transformar
a una ciudadanía pasiva en una ciudadanía violenta que repugnaba a los alemanes,
todo para darle legitimidad a los movimientos del gobierno estadounidense de
involucrarse en la Gran Guerra (o Primera Guerra Mundial). Todo esto a través
de propaganda aterradora sobre actos inhumanos supuestamente cometidos por los
alemanes durante la guerra y elevando el patriotismo del pueblo[16].
Los resultados fueron tan exitosos que, posteriormente, la misma estrategia
propagandística fue utilizada en la Alemania Nazi, con su propio tinte claro.
Ahora hagamos un salto hacia el presente. Actualmente, en pleno
siglo XXI, y ya con una aceleración que ha roto toda barrera espacio-temporal
en la carrera de las telecomunicaciones, la información que circula es casi
infinita. Un análisis elaborado por Qmee – una plataforma digital que le
paga a sus usuarios a cambio de determinados datos por encuestas – indica que,
en el año 2018, se han reproducido aproximadamente “156 millones de e-mails,
4.27 millones de búsquedas en Google, 4 millones de vídeos vistos en Youtube”[17]
y miles o millones de difusiones textuales o contenidos audiovisuales, todo
eso, en tan solo un minuto. Y este informe excluye a plataformas televisadas
(que, a decir verdad, cada vez pierden más terreno dentro del dominio de la
comunicación, ni hablar de las radiodifusiones), de manera que la cantidad de
información a la que el humano está expuesto hoy en día es, en palabras
sensacionalistas, extremadamente exorbitante y descomunal.
Pero vamos a ordenarnos y a no perdernos de foco – tanta
información me despista –. ¿Acaso este flujo de información es positivo o
negativo? ¿Estamos ante una era de super comunicación o, por otro lado, de
falta de ella como consecuencia de sus indomables dimensiones?
III. I. Sobreinformación y desinformación.
Hablar de “sobreinformación” equivale a hablar de un fenómeno
apegado a nuestra modernidad. Entendemos por “sobreinformación” “al estado
de contar con demasiada información para tomar una decisión o permanecer
informado sobre un determinado tema.”[18]
Como vimos en los datos ofrecidos por Qmee, es impresionante el actual volumen
de información que circula entre las personas, y varia en contenido de todo
tipo. Es fácil enterarnos de todo o casi todo lo que sucede en casi cualquier
parte del mundo, y esto solamente en un instante. Además, con las redes
sociales comenzó un proceso de “democratización” en la reproducción de la
información, donde cualquier persona con un celular y motivación propia puede
hacer la labor de un reportero… Esto es bueno, porque a vista temprana
contribuye con la “libertad de expresión” de los ciudadanos. Antes la opinión
pública era mucho más manejable ya que sus vías de expresión eran más
“burocratizadas”. Hoy basta con tener Twitter y publicar lo que uno piensa.
El problema es que pensar que las redes contribuyen a “ampliar
el paradigma” con respecto a una noticia o a un determinado tipo de información
es, muchas veces, caer en un error. ¿Por qué? Primero que nada, porque la
opinión pública la siguen modelando los medios típicos (periódicos, noticieros
de TV…), y muchas veces lo que se publica en las redes tiene que ver con lo que
se dijo en el noticiero de ayer u, como suele suceder, son cadenas de
comentarios de personajes públicos. En segundo lugar, porque los medios de
comunicación masivos ya se sumaron al ciber-espacio y están volviendo a ganar
el terreno que las redes le estaban quitando. No es extraño ver que la cadena CNN
tiene su propia web, página de Facebook y de Instagram (por dar un ejemplo).
La sobreinformación, al mismo tiempo, genera un daño colateral
en el individuo que tiene que ver con su captación de la atención. Al haber
tanta información para acceder y al tener tanto para elegir, abocarse solo a
leer una nota en su completitud suele no ser la opción más elegida por los
lectores. Para que sea atrapante, la información debe ser concisa, atractiva e
impactante, de manera que me permita satisfacer mi curiosidad sin aburrirme y,
al mismo tiempo, pasar a la siguiente noticia. Como nos dice Ramonet:
“Muchos ciudadanos consideran que, confortablemente instalados
en el sofá de su salón y viendo en la pequeña pantalla una sensacional cascada
de acontecimientos a base de imágenes fuertes, violentas y espectaculares,
pueden informarse seriamente.
Es un error mayúsculo, por tres razones:
primero, porque el informativo televisado, estructurado como una ficción, no
está hecho para informar, sino para distraer. A continuación, porque la
sucesión rápida de noticias breves y fragmentadas (unas veinte por cada
telediario) produce un doble efecto negativo de sobreinformación y
desinformación. Y, finalmente, porque querer informarse sin esfuerzo es una
ilusión que tiene que ver con el mito publicitario más que con la movilización
cívica. Informarse cansa y a este precio el ciudadano adquiere el derecho de
participar inteligentemente en la vida democrática”.[19]
Hoy, el celular
inteligente se está transformando en la nueva Televisión personalizada y
adaptada a los gustos del usuario. Lo cual también puede ser peligroso, porque
los algoritmos mismos de las distintas redes, en base a nuestro historial, nos
encuadran únicamente en información relacionada a nuestros intereses, y a menos
que utilicemos el buscador, no podremos encontrar otro punto de vista que nos
ayude a ampliar la visión sobre determinado asunto.
Este proceso de
“sobreinformación” continuo, como veníamos diciendo, produce exacerbados
volúmenes de información que, a la hora de determinar la veracidad o la
credibilidad de las fuentes, recurrir a una investigación propia navegando y
rastreando los orígenes de la información adquirida puede agobiar al lector
promedio que, con sus tiempos y sus dedicaciones, prefiere evitar el agobio de
socavar en toda esa montaña de informaciones, muchas veces adoptando la postura
sin cuestionarla demasiado. Claro que no habría mucho de qué dudar si la
información brindada respondiese a un qué, un por qué, un cómo, un dónde, un cuándo
y un para qué, siendo el contenido de la información transmitida lo
suficientemente fundamentado como para que uno al menos pueda interpretar
completamente el asunto. Pero el problema aparece cuando la información que se
reproduce tiene como fuente de base a otros artículos, datos o material de
dudosa procedencia. Con esto pretendo apuntar al periodismo digital. De hecho,
en un estudio sobre el periodismo digital realizado en el año 2009 en Europa
(donde se han encuestado a 354 periodistas), un 39% de los periodistas
españoles encuestados admitieron utilizar blogs de internet como “fuente
primaria de temas o historias sobre las que informar”[20].
Esto, según el autor de la investigación citada, genera una “espiral
informativa”, donde hay una retroalimentación por aquellos profesionales que
generan contenido tanto como personas o grupos de personas que lo generan de
manera independiente y “amateur”. Y no yerra tanto en su postura si
consideramos que ya hay diarios digitales con la sección de “redes sociales”,
como el diario “La Razón” de Perú.
III. II. Desinformación y conocimiento.
El fenómeno que pretende
interconectar a toda la humanidad y generar una época repleta de conocimientos,
entonces, acaba por generar indirectamente una “desinformación” en los
lectores/consumidores de información. No es que nos estemos informando, sino
que se nos da una visión sesgada de algo, un único punto de vista. Y al
realizar esto, no se produce ningún tipo de conocimiento “trascendente”, sino
meramente contenido superficial. Hoy accedemos a tantos conocimientos sobre
situaciones económicas, políticas, tecnológicas, científicas… Pero aún así
sigue existiendo un nivel grave de analfabetismo crítico y de incapacidad de
aprehensión que genera, justamente, que toda esa información no tenga carácter
de conocimiento. Y si lo tiene, no son tantos los que pueden hacer algo con ese
conocimiento al respecto en relación a la cantidad de lectores.
Para añadir un dato con respecto al consumo de información y en
relación a la profundidad de la información que el individuo adquiere, hay que
considerar como concepto fuerte de todo el asunto a la capacidad de “atención”,
entendida como el “proceso psicológico básico e indispensable para el
procesamiento de la información de cualquier modalidad (imágenes, palabras,
sonidos, olores, etc.) y para la realización de cualquier actividad”. [21]
Y una de sus características es la selectividad, cualidad que
selecciona entre los distintos estímulos a los más “relevantes”, o, mejor
dicho, los más “llamativos”. No pretendo ahondar en las neurociencias, que se
encargan de detallar cuestiones relativas al funcionamiento neuronal y a las
funciones de nuestro cerebro. Pero esta sencilla señalización nos permite
adivinar que, entre una cantidad inmensa de estímulos a los que el individuo
contemporáneo esta sometido, se tiene a elegir aquello que “destaque”. Esto
puede depender de los valores significativos propios de cada individuo o, por
otro lado, por el grado de penetración que el estímulo se empeña a infringir en
nuestra atención. Es fácil distraernos y es difícil hacer foco. Y los
conocimientos, de esta forma, son muchos, pero diluidos.
IV. Conclusión.
Este corto análisis permite la justificación de que la
sobreinformación equivale a hablar de desinformación. Y a su vez abre las
puertas para el estudio de innumerables cuestiones sociales y hasta filosóficas
con respecto al grado de gravedad que ello significa. El conocimiento, a rasgos
generales y refiriéndonos a su adquisición por parte de los estratos medios y
bajos de la sociedad, atraviesa un período bastante delicado, y como ciudadanos
es nuestro deber generar conciencia crítica con respecto a los volúmenes
masivos de información a los que estamos expuestos.
Un punto de partida para formar bases más sólidas de
conocimiento (sobre todo cuando este es mediato) es la duda y, a partir
de ella, la investigación para ampliar (no para reforzar) al máximo el panorama
y el paradigma, de manera de no tentar nuestro juicio a adoptar información
poco fiel o con intenciones encuadradas.
Es algo sumamente difícil, sí, y de hecho complejo. Pero es la
vía más sensata a escoger para llegar al conocimiento y no ser atacados por la
desinformación. Como dice don Juan, iremos al saber bien despiertos, con miedo
y con absoluta confianza.
Bibliografía
consultada.
·
Romero, F. (1973): “Introducción a la
Lógica y a la problemática filosófica.” Editorial Losada S.A, Buenos Aires,
Argentina.
·
Martínez Marín, A.; Ríos Rosas, F. (2006): “Los
Conceptos de Conocimiento, Epistemología y Paradigma, como Base Diferencial en
la Orientación Metodológica del Trabajo de Grado.” Universidad de Chile, Santiago de Chile. Disponible
en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=101/10102508.
·
Blasco, S. L.; Grimaltos, T. (2004): “Teoría
del conocimiento.” Universitat de València.
·
Figueira, M. (2017): “Modelo ontológico
de la realidad.” Disponible en: http://www.eumed.net/libros/img/portadas/1683.pdf.
·
Watzlawick, P. (1979): “¿Es real
la realidad?: confusión, desinformación y comunicación.” Herder Editorial,
S. L., Barcelona.
·
Chomsky,
N.; Ramonet, I. (1993): “Cómo nos venden la moto: Información, poder y
concentración de medios.” Icaria editorial S.A, Barcelona.
·
Caldevilla
Domínguez, D. (2013): “Efectos actuales de la “sobreinformación” y la
“infoxicación” a través de la experiencia de las bitácoras y del proyecto I+D
Avanza ‘Radiofriends’”. Revista de Comunicación de la SEECI. Disponible en:
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4388407.
· Boggiano, M. (17/12/2019): “Qué va a pasar con el dólar tras los anuncios de Martín Guzmán”, nota del diario virtual “Noticias Perfil”. Disponible en: https://noticias.perfil.com/noticias/economia/que-va-a-pasar-con-el-dolar-tras-los-anuncios-de-martin-guzman.phtml
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· Qmee (2018): “What happens online in 60 seconds?” Disponible en: https://blog.qmee.com/qmee-online-in-60-seconds/.
· Fernández
Olaria, R. (2016): “La atención: bases fundamentales”. Disponible en: https://www.downciclopedia.org/neurobiologia/la-atencion-bases-fundamentales.html
[1] Carlos Castaneda, “Las enseñanzas de Don Juan: una
forma yaqui de conocimiento”, decimocuarta reimpresión de 2013 por el Fondo
de cultura económica, p. 63.
[2]
Si bien los ambas son partes de la filosofía que se encargan de estudiar
la naturaleza del conocimiento y explican la teoría del conocimiento, hay
quienes no concuerdan en que ambas sean sinónimos.
[3]
Este libro es: “Lógica e introducción a la problemática filosófica”
(1973).
[4]
En su libro “Meditaciones metafísicas”, donde sienta las bases
del conocimiento en el razonamiento a través de su “duda metódica”.
[5]
En su “Tratado de la
naturaleza humana”.
[6]
En su “Lógica e introducción a la problemática filosófica” define
a la verdad como “conformidad de un conocimiento con la situación objetiva
correspondiente”. (p.125)
[7]
Marcelino Figueira, “Modelo ontológico de la realidad”, p.15
(2017).
[8]
Definición de “real” del
diccionario de la R.A.E [en línea]: https://dle.rae.es/real#VGqyuLj
[9]
Definición de “realidad” del diccionario de la R.A.E [en línea]:
https://dle.rae.es/realidad?m=form
[10]
Para más detalles, recomiendo acceder al trabajo de Marcelino. Es muy interesante
y sencillo de comprender, además de que contiene cuadros que le dan una mayor
interpretación didáctica al lector (Ver bibliografía).
[12] Miguel
Boggiano, “Qué va a pasar con el dólar tras los anuncios de Martín Guzmán”,
nota del diario virtual “Noticias Perfil” (17/12/2019). [en línea]: https://noticias.perfil.com/noticias/economia/que-va-a-pasar-con-el-dolar-tras-los-anuncios-de-martin-guzman.phtml
[13]
Paul Watzlawick, “¿Es
Real la Realidad?: confusión, desinformación, comunicación.” (1979), p.20
[14] The Police: “Too much
information” (canción; 1981). En español, este fragmento se traduce: “mucha
información corriendo por mi cerebro; mucha información me está volviendo
loco”.
[15] Definición
de la R.A.E [en línea: https://dle.rae.es/propaganda].
[16] Más al respecto en “Cómo
nos venden la moto: información, poder y concentración de medios”
(1995), de Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, p.8-10.
[17] “What happens online in 60 seconds?” Qmee (2018) [en línea:
https://blog.qmee.com/qmee-online-in-60-seconds/].
[18] Wikipedia: Sobrecarga
informativa [en línea: https://es.wikipedia.org/wiki/Sobrecarga_informativa].
[19] Chomsky, N. y Ramonet, I.
(1995), “Cómo nos venden la moto. Información, poder y concentración de medios”,
p.81
[20] David Caldevilla Domínguez, “Efectos
actuales de la “Sobreinformación” y la
“Infoxicación”
a través de la experiencia de las bitácoras y del proyecto I+D avanza ‘Radio
Friends” (2013),
p.48 [en línea: https://www.redalyc.org/pdf/5235/523552848002.pdf]
[21] Roser Fernández-Olaria, “La
atención: bases fundamentales” (2016), Downciclopedia [en línea: https://www.downciclopedia.org/neurobiologia/la-atencion-bases-fundamentales.html]
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