El amor, con etiquetas.
No es un nuevo decir que “el amor”, en el
transcurso del siglo XXI, ha tomado en las sociedades modernas un rumbo
completamente diferente al que seguían los compromisos tradicionales. Tampoco
es nuevo el decir que el “amor” (en comillas, pues deberíamos definir qué es
amor) se transformó en una mercancía más en el momento que fue acaparado por el
“espectáculo”.
Cuando
Guy Debord (filósofo situacionista) escribía en los 60’ que “el espectáculo no
es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada
por imágenes”[1],
no creo que haya imaginado que las mismas personas fuesen las que configurasen
su propia imagen para utilizarla como un medio de relacionarse socialmente o,
por lo menos, no con la misma eficiencia con la que hoy lo hacemos. Y es que,
en su gran mayoría, las webs y apps de citas por internet son fundamentalmente
eso: la mercantilización del amor, la cosificación de nuestra imagen como individuos.
Y, parafraseando a Bauman, las relaciones tienden a ser “líquidas”, débiles e
implican poca responsabilidad. Es cuestión de satisfacer un deseo o una
apetencia, por eso no implica realmente una relación “amorosa”, no implica un
“nosotros”. Las palabras del filósofo, sociólogo y ensayista son crudas, pero de
una verosimilitud considerable con la realidad:
El deseo es aquí el deseo de
consumir […]. El deseo es un impulso dirigido a despojar a la alteridad de su
otredad y, de paso, de su poder. De tanto ser probada, explorada, conocida
hasta la familiaridad y domesticada, la alteridad sale con el aguijón de la
tentación extirpado y roto... sí sobrevive al tratamiento, claro está. Pero lo
más probable es que, en el proceso, sus restos no digeridos terminen cayendo
del ámbito de los productos consumibles al de los desechos.[2]
El miedo a la responsabilidad es evidente, y
el lenguaje hace una manifestación empírica de ello. Los llamados “vínculos
sexo-afectivos” manifiestan esta cosificación, aunque el término en sí sea
utilizado para “no poner al otro en el lugar de objeto de un vínculo”[3], cuando el proceso
mediante el cual uno selecciona
estos
vínculos es comparable al de ver un catálogo de ropa en línea:
¿Cómo hacer para generar un
"match" que sea compatible con lo que buscás? Lo mejor es ser
específico en las búsquedas. "Vamos buscando gente afín, yo tengo mis
claves, políticas y feministas, y esto me sirve de filtro para las personas que
agrego.[4]
La anterior declaración de una usuaria de la
app Tinder deja en claro el proceso. Basta con seleccionar filtros para
encontrar lo que más se adecua a lo que uno desea del otro. Todo aquel que no
cumpla los requisitos que cada uno o cada una impone en su búsqueda, será
invisibilizado por un algoritmo que “filtra” aquellos perfiles que no nos
gustan o no nos interesan.
La “ley
de Mirtha.”
Mirtha Legrand, la “Chiqui”, conductora de
televisión argentina de antaño, forjaría sin saber el precepto que este tipo de
redes sociales readapta a su estructura de funcionamiento: “Cómo te ven, te
tratan…” y si te ven mal no hace falta el maltrato, alcanza con hacer un
“click” o un movimiento del dedo (dependiendo de si se usa una computadora o un
smarthphone) e indicarle a la aplicación que no nos interesa el perfil que se
nos presenta en la pantalla.
Refiriéndose
al “sexting” (o “sexo virtual”), una experta en salud sexual señala:
“… tener en cuenta que nuestras imágenes se
deben enviar sin el rostro y sin ninguna seña particular que nos pueda
reconocer […]. El riesgo que corremos es que nuestra imagen sea reenviada sin
que estemos de acuerdo…” [5]
Si bien la autora informa sobre un peligro
real y habitual en la cuestión de la divulgación de imágenes íntimas en la
virtualidad, deja constancia de este empleo de la imagen como mero
objeto de deseo, y la “cosa” sigue ahí, al punto que no podemos ni confiar por
entero en nuestro “vínculo”, pero aun así necesitándolo para satisfacer
nuestros apetitos sexuales.
Cuando
Zygmunt Bauman habla sobre la “vida de consumo”, se refiere justamente a una
sociedad donde todo debe ser necesariamente consumible, dónde nosotros mismos
somos llamados a producirnos para nuestro posterior consumo:
Los colegiales y colegialas
que exponen con avidez y entusiasmo sus atributos con la esperanza de llamar la
atención y quizás ganar algo de ese reconocimiento y esa aprobación les
permitiría seguir con el juego de la socialización; los clientes potenciales
que necesitan expandir su nivel de gastos y límite crediticio para ganarse el
derecho a un mejor servicio […].
Ellos son, simultáneamente,
los promotores del producto y el producto que promueven.[6]
A modo similar, somos nosotros quienes
construimos una imagen, un perfil que nos sirve como carta de presentación, al
mismo tiempo que buscamos perfiles que cuadran con nuestros gustos y nuestras
preferencias. Nos evitamos así la molestia de tener una experiencia
“desagradable” con nuestro próximo “vínculo” a consumir.
En la web del diario La opinión de
Murcia, una crónica nos brinda un ejemplo claro, en contexto de pandemia
–que al mundo azota en este 2020–:
Mientras esperaba para
volver desde el extranjero, Alicia se ilusionó con Paula. «Parecía que la cosa
iba bien. En cuanto volví a España, quedamos. Era la fase 3». Alicia recuerda
pasar una primera cita con las mascarillas puestas y miedo al contagio, pero
«la distancia social no la mantuvimos». «Fue una cita agradable, pero no hemos
vuelto a hablar», manifiesta Alicia, que recuerda que se había formado otra
imagen de ella por sus fotos y mensajes y, finalmente, superó sus expectativas.[7]
En el momento en que la incongruencia entre la
imagen y la realidad queda en manifiesto, la ilusión y el deseo se desvanece.
El conocer al otro, el adentrarse en el otro, no juega un papel
importante. Pero así es el acuerdo, casi tácito, entre los usuarios.
Cualquiera puede retrucar, en esta instancia,
que lo de dar una “buena imagen” no es nuevo. Lo cual es bien cierto. El
linaje, las riquezas, la gentileza “caballeresca” … eran así mismo una especie
de carta de presentación en otros momentos de la historia. En el Decamerón
de Bocaccio es factible de observar este tipo de estilo de “hombre” de la Alta
edad Media, y asimismo prototipos de mujeres “ideales”. Pero se trataba de una
sociedad más elitista y estrictamente jerarquizada, y no existía una
“mercantilización” de la imagen como la que hoy tenemos, ni tampoco una
producción tan generalizada de nuestra propia imagen. Lo que vivimos hoy
es una especialización técnica y masiva de autoproducción y consumo de
experiencias, donde ya ni siquiera buscamos el amor, sino la satisfacción; donde
no queremos asumir compromisos, sino consumir hasta que el producto se agote.
La
imposición silenciosa de una imagen hegemónica.
No se puede oponer,
abstractamente, el espectáculo y la actividad social efectiva; este
desdoblamiento se encuentra él mismo desdoblado. El espectáculo que invierte lo
real es efectivamente producido. Al mismo tiempo, la realidad vivida se
encuentra materialmente invadida por la contemplación del espectáculo, y retoma
en sí misma el orden espectacular dándole una adhesión positiva. De los dos
lados la realidad objetiva está presente. Cada noción así fijada no tiene como
fondo más que su pasaje a lo opuesto: la realidad surge en el espectáculo, y el
espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la
sociedad existente.[8]
No solo nos producimos a nosotros mismos para
nuestro posterior consumo, así como buscamos un perfil que nos resulte “deseable”
o que sea de nuestro agrado. Necesitamos un modelo. Necesitamos saber cómo ser
“lindos”, “apuestos”, “atractivos”. Precisamos construir una imagen que atraiga
a más compradores y/o compradoras, con el menor margen de error posible. Aquí
es donde aparece el espectáculo como “la afirmación de la apariencia y la
afirmación de toda vida humana, es decir social, como simple apariencia.” [9] La relativa facilidad
contemporánea de acceder a los medios masivos de información y del espectáculo
hacen factible esta imposición de una imagen hegemónica[10], tanto para el hombre
como la mujer, a la que el gran público tiende a aspirar. Y, a veces incluso
sin saberlo, reproducimos esta imagen de lo “bello”, de lo “atractivo”, de lo “sensual”,
en un intento voraz por agradar y por producirnos. Así mismo, cuando buscamos
en las redes de citas virtuales nuestra “pareja”, las primeras impresiones nos
entran directamente por los ojos, pero no solo por los ojos, sino que también
penetran en esa estructura espectacular de lo “bello” que hemos incorporado,
que se ha introducido, justamente, de manera silenciosa.
El caso del cuerpo femenino es fácil de
observar, sobre todo con el auge de los y las influencers.[11]
Una de estas figuras hegemónicas que se instala y que sin saber se anhela es,
por ejemplo, en Argentina, la de Maria Sol Pérez, o Sol Perez. El volumen y las
curvas de su cuerpo vienen a representar la figura de lo sensual[12]. Se sigue así, entonces,
que la mujer cuya figura más se asemeje a la de la influencer, será más
atractiva. Eso se aspira tener (en el caso del consumidor/a) y eso se
busca ofrecer (en el caso de quién se produce).
¿El
fin del amor?
Si bien lo anteriormente expuesto es evidencia
explícita de la mercantilización de nuestra figura y nuestra imagen, así como
del consumo del otro como si de un producto más se tratase para la satisfacción
de algún apetito nuestro, todo este panorama no es ni por lejos una ley “universal”
(aunque tienda a ser la “norma”)
Las relaciones amorosas de este siglo,
concretadas mediante un proceso completamente comparable al de ir a un
supermercado o al de hacer compras en línea, se articulan a través de una
estructura, por así decirlo, de mercado. Lo que no quita que uno no pueda
encontrar el amor a través de ellas. Pero debemos cuestionarnos: ¿Cuándo gana
la aplicación?, ¿cuando encontramos “el amor”, o cuando nos vemos forzados a
recurrir a ella una y otra vez por nuestras relaciones “fallidas”?
Antes de finalizar este breve ensayo, me
permito dar una concepción más profunda sobre el amor, del ya citado libro de Zygmunt
Bauman:
[…] no es en el anhelo de
cosas ya elaboradas, completas y terminadas donde el amor halla su sentido,
sino en el ansia por participar en el engendramiento de tales cosas. El amor es
análogo a la trascendencia; no es más que otro modo de llamar al impulso
creador y, como tal, está preñado de riesgos, pues ninguna creación sabe con
certeza en qué irá a dar.[13]
El amor seguirá existiendo. Solo basta
distinguirlo y no sucumbir ante lo efímero de la mera imagen.
[1]
Debord, G. (1967): La sociedad del espectáculo. Ediciones naufragio. (p.9)
En línea: http://criticasocial.cl/pdflibro/sociedadespec.pdf
[2]
Bauman, Z. (2003): Amor líquido. Paidós. España. Barcelona. (p.27)
[3]
(18-08-2019): “´Salgo con mi vínculo´: el nuevo vocabulario de las relaciones
de hoy”. Clarín, Entremujeres, Edición virtual en línea: https://www.clarin.com/pareja/-salgo-vinculo-nuevo-vocabulario-relaciones-hoy_0_f_hAm1RNY.html
[4]
(17-05-2019): “Apps de citas: lo que buscamos, lo que nos ilusiona, ¡lo que nos
espanta!”. Clarín, Entremujeres, Edición virtual en línea: https://www.clarin.com/entremujeres/pareja/apps-citas-gusta-ilusiona-espanta_0_5UuqHXRUo.html
[5]
Zilberman, D. (26-07-20): “No podemos dejar de lado la sexualidad”, Página
12, Sociedad. Edición impresa, p.21.
[6]
Bauman, Z. (2007): Vida de consumo. (p.13) Ebook. En línea: https://www.lectulandia.co/book/vida-de-consumo/
[7] Mar
Ibáñez León (25-07-2020): “Noviazgos por Tinder durante el confinamiento”. La
opinión de Murcia. En línea: https://www.laopiniondemurcia.es/cultura-sociedad/2020/07/26/noviazgos-virtuales/1132149.html
[8] Debord, G. op. Cit., p.10
[9] Debord, G. op. Cit., p.10
[10]
Se habla de “hegemonía” cuando hay un dominio o superioridad de una entidad
sobre otras “de igual tipo”. (Wikipedia. Wiki: “Hegemonía”. En línea: https://es.wikipedia.org/wiki/Hegemon%C3%ADa)
[11] Según
Wikipedia: “El marketing de influencia, o mercadotecnia influyente, es una
forma de publicidad que ha surgido a partir de una variedad de prácticas y
estudios recientes, enfocada más a los individuos que al mercado objetivo en su
conjunto. Identifica a las personas que tienen influencia (comúnmente llamados
influencers) sobre los compradores potenciales y las actividades de
mercadotecnia orientadas en torno a estas personas influyentes.” (Wikipedia.
Wiki: Mercadotecnia influyente. En línea: https://es.wikipedia.org/wiki/Mercadotecnia_influyente)
[12] (18-08-2018):
“Sol Pérez derritió Instagram con un sensual topless ¿y moretones?”. Los
Andes. En línea: https://www.losandes.com.ar/sol-perez-derritio-instagram-con-un-sensual-topless-y-moretones/
[13]
Bauman, Z. op. Cit., p.24
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