La medicalización en psiquiatría y la noción de rostro y su negación en Lévinas.

 


INTRODUCCIÓN.

El presente escrito aborda como temática el fenómeno de la medicalización en psiquiatría y su relación con la noción de rostro y su negación en la filosofía de Emmanuel Lévinas ¿Es el fenómeno de la medicalización en psiquiatría un caso de negación del rostro? La interrogante se vincula con la pregunta por el tipo de relación que un médico psiquiatra (incluso un médico en general) tiene con su paciente, desde los supuestos que subyacen al fenómeno en cuestión.

Para el problema de la medicalización en psiquiatría, haremos un recorrido por diferentes textos y autores que abordan la cuestión desde distintos enfoques, algunos desde una filosofía crítica, otros desde una perspectiva sociológica y otros desde la misma psiquiatría. Por otro lado, para la idea del rostro y su negación, tomaremos en cuenta la tercera sección del libro Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad y el texto “¿Es fundamental la ontología?”, ambos de Emmanuel Lévinas.

En el primer apartado, intentaremos especificar lo que se entiende por medicalización en psiquiatría, y cómo este fenómeno se denuncia desde voces provenientes del campo de la filosofía y las ciencias sociales, pero también desde la misma psiquiatría y desde la psicología; además, se plantearán los problemas que el fenómeno suscita, como es el caso del reduccionismo biológico y del tipo de saber que es la psiquiatría. El segundo apartado desarrollará la noción de rostro y su negación dentro de la filosofía de Lévinas. En el tercer apartado intentaremos relacionar la idea de la negación del rostro con todo lo que el fenómeno de la medicalización implica. En el cuarto y último apartado, a modo de conclusión, retomaremos la pregunta y evaluaremos una posible respuesta, o acaso la pertinencia de la pregunta.


1. EL FENÓMENO DE LA MEDICALIZACIÓN EN PSIQUIATRÍA.

En general, desde las ciencias sociales se denomina como medicalización a un proceso por el cual problemas que antes no eran considerados desde el punto de vista médico, o que su resolución no se buscaba desde el ámbito de competencia de la medicina, pasan justamente a considerarse como problemas de este tipo, quedando su tratamiento en manos de los profesionales de la salud con cierto tipo de formación (Graciela Natella, 2010, p.11). Hablamos, entonces, de un proceso que se da en sociedades con un Estado nacional constituido, con una tradición hipocrática en medicina.

En líneas generales, se trata de un proceso por el cual distintos problemas que tienen que ver con el bienestar o la salud de las personas (dos conceptos de por sí problemáticos) son, en primer lugar, etiquetados como enfermedad, trastorno o desorden, para luego definir, en segundo lugar, su tratamiento desde el ámbito de la medicina. Esta segunda parte es muy importante destacarla, ya que no todas las problemáticas consideradas como enfermedades son tratadas por médicos: es el caso, por ejemplo, del alcoholismo, cuyo tratamiento muchas veces se deja en manos de instituciones como Alcohólicos Anónimos, de centros de recuperación, o de instituciones de mayor envergadura como el Estado, regulando a través de sanciones la producción, la venta y el consumo de bebidas alcohólicas (Graciela Natella, 2010, p.12). También se medicalizan dolores o síntomos que no son propiamente enfermedades, como por ejemplo un dolor muscular o un malestar estomacal, que se solucionan rápidamente con el consumo de antiinflamatorios o de los denominados inhibidores de la bomba de protones, en lugar de promover el cuidado del cuerpo a través del ejercicio y de alimentaciones adecuadas, por ejemplo.

El caso de la psiquiatría es más puntual. Se trata de la expansión de este proceso al ámbito de la salud mental y de la conducta. Así, ciertos problemas o particularidades del carácter como la timidez, pueden ser consignados como fobias; los sentimientos como la tristeza, como depresiones de distintos grados; el miedo, como fobia o pánico (Graciela Natella, 2010, p.16). Incluso se denuncia a la psiquiatría como el “paraíso de la industria farmacéutica”, puesto que las definiciones de los trastornos mentales consignadas, en su mayoría, en el DSM (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), resultarían “poco claras y fáciles de manipular” (Gotzsche, 2014, p.285-286). Se plantea en este sentido una pregunta: ¿Cuáles son los motivos o razones que empujan este proceso de medicalización? Para distintos autores, son las empresas farmacéuticas una de las principales interesadas en que problemas o particularidades del carácter como las antes mencionadas sean medicalizadas y tratadas con el conjunto de drogas denominadas psicofármacos, recetados por especialistas de la salud, en este caso los psiquiatras (Navarro Crego, 2015); (Gotzsche, 2014, p.286-290); (Graciela Natella, 2010, p.20). Lo anterior pretende hacer hincapié en la idea de que la medicalización no es un fenómeno que se apoya netamente en un mayor desarrollo o progreso de las ciencias como la biología, la neurología o la fisiología (lo que precisaremos en el siguiente subapartado), o en tecnologías médicas como las resonancias magnéticas o las tomografías computarizadas que permitirían ver si alguna región del cerebro presenta algún tipo de lesión o algún comportamiento neuronal que sea el causante del malestar de la persona; sino que el proceso de medicalización se apoya, en ocasiones, en intereses económicos de ciertos sectores, o inclusive en intereses políticos e incluso legales1.

Otros autores, como González Pardo y Marino Pérez, se encargan de mostrar cómo el proceso de medicalización en psiquiatría no es un proceso ejecutado a partir de un único agente. Es decir, no son exclusivamente las empresas farmacéuticas y los médicos psiquiatras los que someten a las personas con ciertas dolencias o problemas a tratamientos farmacológicos, sino que existe en algunos casos lo que ellos denominan como la “auto-complacencia del paciente”. Según afirman los autores:


[…], hay numerosos grupos de pacientes en defensa de la consideración de los trastornos mentales como enfermedades biológicas y de la medicación como el tratamiento propio […]. Así, la NAMI, la organización más potente de este tipo, llevó una campaña bajo el eslogan ‘las enfermedades mentales son enfermedades del cerebro’, alentando a que cada vez más gente fuera diagnosticada y tratada para reducir el estigma. Por su parte, la NARSAD promovió una campaña con el eslogan ‘La depresión: un defecto en la química, no en el carácter’, advirtiendo que al ser una enfermedad física (no mental) puede ser curable en vez de meramente tratable. (González Pardo; Marino Pérez, 2007, p.52)


En este sentido, hay una previa educación médica de las personas (aunque no sea siempre el caso), personas concebidas y preconcebidas por ellas mismas como pacientes o enfermos, que se dirigen a sus consultas con los psiquiatras clínicos ya dispuestas a ser recetadas con algún fármaco que dé alivio a su sufrimiento o malestar (sea angustia, ansiedad, fobia, ataque de pánico, etc.). Esta auto-complacencia no sería injustificada o irracional. Tiene que ver, por un lado, con lo que los autores consideran como tres tendencias generales de las sociedades actuales: En primer lugar, el deseo de medicalizar la conducta para reducir la responsabilidad; en segundo lugar, la presión de los intereses económicos (proveedores de servicios sociales, compañías farmacéuticas fabricantes de los medicamentos); en tercer y último lugar, el proceso de medicalización, que expande las fronteras de lo terapéutico (González Pardo; Marino Pérez, 2007, p.53).

En ocasiones tiene que ver con estrategias de marketing impulsadas desde las mismas empresas que producen los fármacos. Un marketing que no es dirigido específicamente a los psiquiatras o a los médicos clínicos, sino también a las personas en general, a través de diferentes medios (González Pardo; Marino Pérez, 2007, pp.42-44). En estas publicidades, se unen escenas de problemas de la vida cotidiana con someras explicaciones de los supuestos2 mecanismos biológicos que se esconderían detrás del malestar y del padecimiento de determinados síntomas. Por ejemplo, una publicidad que promocionando el PAXIL (paroxetina) para la ansiedad crónica en la televisión de Estados Unidos muestra a un personaje femenino quejándose: “Es como si nunca fuera a tener relax. En el trabajo estoy preocupada por las cosas de casa. En casa estoy preocupada por el trabajo”. Luego, otra mujer de la publicidad que afirma que si se padecen algunos de los síntomas que corren en letras por la pantalla (preocupación, ansiedad, tensión, fatiga, irritabilidad, desasosiego, falta de concentración) se “podría estar sufriendo un trastorno de ansiedad generalizada y un desequilibrio químico sería el culpable”. Al final de la publicidad, una de las mujeres que aparecía quejándose está ahora disfrutando mientras juega con niños. (González Pardo; Marino Pérez, 2007, p.43)

Lo que podemos ver, entonces, a través de este fenómeno de la medicalización en psiquiatría, es cómo distintos problemas de la vida son reducidos a problemas meramente biológicos, químicos o neuronales, delegando su tratamiento a los especialistas médicos. Esto conlleva aparejados distintos problemas que trataremos en el siguiente subapartado, pues implica, entre otras cosas, una concepción del “hombre” determinada, y por lo tanto, un modo de pensar a las personas, al otro y a los otros, además de una legitimación de ciertas prácticas en nombre de la ciencia. Ahora bien, esto no sería para nada un problema si realmente la medicina psiquiátrica mostrase ser la solución a los problemas que enfrenta; si el tratamiento farmacológico fuese eficaz en la mayoría de los casos en que se diagnostican trastornos o desordenes mentales. Pero hay autores que tienen razones para sospechar de esto.

Por ejemplo, el médico danés Peter Gotszche argumenta:


Con gran frecuencia, también, se les explica [a los pacientes] que su caso es como el de un diabético que debe tomar insulina. Si eso fuera cierto, el número de enfermos mentales se hubiera reducido tras la aparición de los antipsicóticos y los antidepresivos, y no obstante el número de pacientes diagnosticados de enfermedades mentales y el de personas con pensiones por discapacidad no ha hecho más que aumentar. (Gotzsche, 2014, p.297)

A su vez, los españoles González Pardo y Marino Pérez señalan cómo en España, la venta de antidepresivos a cargo de la seguridad social se triplica si se compara el año 1994 con respecto al 2003, tres años después a la publicación del DSM-IV-TR, manual que aumenta la cantidad de diagnósticos a casi unos 400 trastornos, notable si se tiene en cuenta que las primeras ediciones de este manual (1952) solo contaba con un poco más de 100 (González Pardo; Marino Pérez, 2007, p.14). Lo que estos autores sostienen, haciendo alusión al fenómeno de la medicalización, es que son los psicofármacos los que promueven los trastornos que pretenden solucionar3. Con lo anterior, los autores no afirman que los psicofármacos son la causa de los problemas de la gente, sino que son más bien la razón de que los problemas de la gente tomen la forma de trastornos mentales de supuesta base biológica. En esta línea, el danés Gotzsche afirma que “el hecho de crear nuevos diagnósticos implica abrir grandes fuentes de negocios de todo tipo” (Gotzsche, 2014, p.287-288).

En síntesis, el fenómeno de la medicalización en psiquiatría es la tendencia a considerar ciertos malestares y padecimientos de las personas como problemas médicos que debería tratar un psiquiatra, problemas leídos en clave de síntomas cuyas causas serían biológicas y, por ende, su cura se daría interviniendo en el cuerpo del afectado. Este fenómeno, tal y como veníamos señalando, está relacionado con intereses económicos, pero también políticos e incluso legales, de ciertos sectores, y no exclusivamente con hallazgos científicos en los campos de la biología, la química o la neurología. Sobre esto nos explayaremos a continuación.

1.1. ¿CIENCIA O PRAXIS?

Ya descrito el fenómeno de la medicalización en psiquiatría, y habiendo hecho una sucinta explicación de los motivos que subyacen a este fenómeno, aparecen otros problemas que tienen que ver con el saber de la psiquiatría y con sus técnicas, y con determinar “lo humano del hombre”. Así, el filósofo Miguel Ángel Navarro Crego, se pregunta en un ensayo “¿qué clase de conocimiento y de saber es la psiquiatría?” (Navarro Crego, 2015, p.2); “¿se puede establecer una frontera nítida entre lo biológico de un ser humano concreto y su dimensión psicológica, conductual, ética y moral?” (Navarro Crego, 2015, p.6). Para este autor, el problema para la psiquiatría estaría en determinar de manera fehaciente cuáles son las causas de los distintos síntomas. Pues si se pretende explicar todas las operaciones psicológicas por los mecanismos biológicos que se dan a nivel del cuerpo, y más puntualmente, del cerebro y las redes neuronales, se estaría cayendo en un “reduccionismo biológico fisicalista”. Así afirma:


[…] el hecho de que el sustrato fisicalista del alma esté en el cerebro no quiere decir que el ‘alma humana’, como proceso biográfico en construcción de la cuna a la mortaja, ‘sea’ exclusivamente el cerebro. (Navarro Crego, 2015, p.7)


Lo anterior no es una pretensión del autor de simplemente quitarle legitimidad a las prácticas de los psiquiatras. No es, tampoco, un intento de negar posibles enfermedades. Sobre esto el autor se cuida en aclarar que el cerebro es materia fisicalista, y que de hecho puede enfermar, pero que mientras no hayan unos marcadores biológicos claros en la realidad empírica y física constatables, la ambigüedad en psiquiatría seguirá existiendo (Navarro Crego, 2015, p.10).

Otra voz proveniente de la filosofía pone en tela de juicio la misma cuestión. Para Aitor Álvarez Fernández el problema en cuestión sería no solo si acaso lo que hagan los psiquiatras (a quienes el autor los ubica dentro del conjunto más amplio de los neurocientíficos) esté fundamentado científicamente, sino qué concepción de la ciencia es la que subyace. Para el autor, subyace una concepción según la cual “la actividad de los neurocientíficos se caracteriza por atenerse a los ‘hechos’” (Álvarez Fernández, 2008, p.3), es decir, las conexiones neuronales o las reacciones químicas en tanto descripciones de una realidad a partir de las cuales las conductas de las personas quedarían explicadas. El autor polemiza principalmente con la obra El error de Descartes de Damasio, un neurocientífico español, y lo acusa de “reduccionismo biológico” puesto que este pretendería explicar el comportamiento de las personas en base a reacciones químicas y mecanismos biológicos. Lo anterior desembocaría, según Álvarez Fernández, en un mundo absurdo caracterizado por esquemas de causalidad, donde la imputación de responsabilidades a las personas se ve suprimida. El autor aclara:


Con todo ello no estamos negando que el sujeto operatorio sea un sujeto biológico (¿qué iba a ser sino?) sino las pretensiones de muchos neurocientíficos de reducir la Psicología a sus correlatos biológicos. Cuando alguien se siente triste o padece ‘depresión’, tendrá un déficit serotoninérgico. Ahora bien, lo que pretendemos constatar es que no se sentirá triste a consecuencia de presentar un déficit serotoninérgico sino que este último será consecuencia de las circunstancias que le han conducido al estado de tristeza. (Álvarez Fernández, 2008, p.4)


Con respecto a la psiquiatría, el autor llega a decir que carece de un campo gnoseológico propio, y que se encontraría a medio camino entre la neurología y la psicología. La anterior afirmación la apoya en su consideración de distintas situaciones que se dan en las ciencias. Según el autor, que toma estas ideas de la teoría del conocimiento del filósofo Gustavo Bueno, existirían situaciones “α operatorias” y “β operatorias”. Las primeras serían propias de aquellas ciencias en las que el sujeto gnoseológico, o el sujeto que conoce, no figure entre sus términos. En cambio, en las segundas el sujeto gnoseológico aparece como un término propio de esa ciencia (puesto que no habría una única ciencia, sino ciencias, cada cual con su propio campo y sus propios términos). La psiquiatría mezclaría estas dos situaciones, puesto que por un lado consideraría los elementos propios del sistema nervioso (α operatorias), pero por el otro lado también repara en las operaciones de los sujetos en relación a los objetos y con el mundo (β operatorias).

Por su parte, González Pardo y Marino Pérez (2007, pp.16-17) sostienen la tesis de que los trastornos mentales que desde el ámbito de la psiquiatría se promueven no son entidades naturales de base biológica, sino construcciones prácticas. El problema se correría, de este modo, de lugar: construcciones prácticas, ¿para quién? (¿para la industria?, ¿para la familia?), y además, ¿qué es lo práctico? (¿arreglar una situación?; ¿pasar por enfermo?). Esta tesis se fundamenta, entre otras razones, en el hecho de que varios trastornos que figuran en los manuales como el DSM (citado en el apartado anterior) responden más al efecto que ciertos fármacos tienen sobre determinados síntomas, que a una comprensión de las razones o las causas que los producen. Y en esta línea, el médico danés Peter Gotzsche se encarga de señalar cómo estos manuales señalan como trastornos tratables mediante el uso de fármacos diferentes condiciones de las personas como la homosexualidad, o lo que se denominó como homosexualidad egodistónica, que según el autor se trataba de el nombre que se le daba a la incomodidad de ciertas personas acerca del rechazo ajeno a la propia orientación sexual (Gotzsche, 2014, p.287).

Los problemas aquí esbozados, y los argumentos que ponen en duda el rigor y la eficacia de la psiquiatría como especialidad médica, dan fuerza a la consideración de la medicalización como un proceso cuyo fin último no sería propiamente el escuchar a las personas y sus problemas. Lo que no equivale a decir que todos los médicos solo buscan someter a tratamientos inadecuados a sus pacientes; pero si quiere decir que la medicalización no es un fenómeno que se explique desde el ámbito de la medicina y del progreso científico, sino que intervienen en ella razones económicas, políticas y legales.


2. EL ROSTRO Y SU NEGACIÓN EN LA FILOSOFÍA DE LÉVINAS.

Para esclarecer la noción del rostro y su negación, es preciso trazar un marco general del pensamiento del autor. La filosofía de Emmanuel Lévinas se caracteriza por ser una ética que toma como punto de partida el problema de la otredad y de la relación con el otro. Él presenta su pensamiento como separado de la tradición occidental de la filosofía, y puntualmente, separado de la ontología de Martín Heidegger. Esto queda claro en su ensayo “¿Es fundamental la ontología?”, título que formula una pregunta que será contestada por la negativa, cuando afirma Lévinas que la relación con el otro no es meramente ontológica (Lévinas, 2001, p.19). Lo anterior quiere decir que cuando un yo se relaciona con un otro, esta relación es irreductible a una comprensión, como aseveraría el primado de la ontología.

El esquema que el autor traza de la ontología heideggeriana es, más o menos, el siguiente: Para Heidegger, toda relación con un ente es una relación, en primer lugar, de comprensión, y esta comprensión reposaría siempre en última instancia en la apertura del ser. El ser es como una luz, entonces, que permite el aparecer del ente. De este modo, comprender a un ente es ir más allá de él, y esto es así porque comprendemos al ente siempre desde el horizonte del ser. Pero Lévinas afirma que la relación con otro no es una relación meramente de comprensión, sino que la desborda: “[…] el conocimiento del otro exige, además de curiosidad, simpatía o amor” (Lévinas, 2001, p.17). El otro, entonces, es un ente que no se da en el horizonte del ser, sino que se da de otro modo. En este sentido, que el otro no pueda ser comprendido significa también que no puede ser sobrepasado, y que tampoco puede ser poseído. El conocimiento no precede de a la socialidad, sino que la socialidad precede al conocimiento, y la misma se funda en el encuentro con el otro. Esta es la principal crítica que dirige el autor contra el primado de la ontología.

Lévinas prosigue profundizando en las consecuencias de referirse al otro, al ente, como dado en la apertura del ser. En palabras del autor:


En este sentido, la comprensión no le invoca, simplemente le nombra. De ese modo ejerce con respecto a él una cierta violencia y una cierta negación. Una negación parcial, que es violencia. Y esta parcialidad reside en el hecho de que el ente, sin desaparecer, se encuentra en mi poder. (Lévinas, 2001, p.21)


Esta violencia como consecuencia de la dominación del ente dado en el horizonte del ser, no se daría en el encuentro con el otro en tanto ente absoluto, pues hay algo del otro que siempre escapa a la comprensión en este encuentro. Y este encuentro se da de otro modo en la medida en que se da cara a cara, en la medida en que el yo se encuentra con el rostro del otro, sin captarlo desde un concepto más universal. La noción del rostro hace referencia aquí justamente al encuentro con el otro en tanto no es un ente que se deja comprender desde la luz del ser. El rostro del otro hace su primera aparición, entonces, en el encuentro con el otro que está fuera de mi o del alcance de un yo, fuera de mi capacidad de ejercer poder.

En lo siguiente, podemos leer unas líneas que aclaran lo que el autor pretende señalar con su noción de rostro. Para el autor, “el rostro significa de otro modo” (Lévinas, 2001, p.22), y es en él donde se hace presente la resistencia del ente ante nuestro poder o ante el poder de un yo. El rostro es un opuesto al ente, en el sentido en que no es algo dado en la visión, sino más bien en la escucha, puesto que es la palabra del otro la que lo revela. Por esa misma razón, el otro en cuanto dado en el rostro no puede ser negado parcialmente (a propósito de la negación parcial del ente dado en el horizonte del ser). Para Lévinas, el otro “es el único ente cuya negación solo puede anunciarse como total: el asesinato” (Lévinas, 2001, p.21). Su negación se anuncia como total, pero no puede concretarse, porque al realizarse el poder de matar, el otro no está bajo el poder de un yo, sino que se le ha escapado. Así, el otro solo puede ser negado parcialmente en tanto nunca se me ha revelado su rostro. El otro es negado, cuando se ofrece como un ente dado en el horizonte del ser. Pero la negación del rostro, si bien puede quererse, no puede concretarse.

La noción de rostro y su negación es aclarada en la obra Totalidad e infinito. Ensayos sobre la exterioridad del mismo autor. Así, en la tercera sección del libro, “El rostro y la exterioridad”, encontramos pasajes referidos a tal noción. Nuevamente, lo que caracteriza al rostro es su manera de aparición distinta a aquella que es más propia de la ontología. El rostro es lo que está presente, justamente, en su “negación a ser contenido” (Lévinas, , p.207), no es visto ni tocado. De esta forma, el rostro se ofrece sin que pueda ser aprehendido, pero justamente por ello puede suscitar las ansias de asesinar. El homicidio, tal y como mencionaba en su otro ensayo, no puede ser una negación del rostro, puesto que este no es neutralizable. El asesinato es un renunciamiento a la comprensión, por lo tanto, no es un sometimiento del ente; no es una negación efectuada por la apropiación o la dominación del ente en tanto rostro (Lévinas, , p.211).

En síntesis, podríamos decir que para el filósofo Emmanuel Lévinas, el rostro es la manera en la que el otro se me presenta en tanto ente absoluto e incapaz de ser reducido a una comprensión, y se presenta mediante la palabra, no mediante la sensación ni a través de la visión, pues estas dos son funciones comprehensivas, en el sentido de que reducen al ente dado a un horizonte que lo diluye en algo que no es él mismo. El rostro no podría negarse, aunque se pretenda su negación total o aunque un yo pueda querer asesinarlo. Lo que si puede negarse, aunque sea parcialmente, es al otro en su condición de ente dado en el horizonte del ser, o en otras palabras, ya dado a la comprensión y, por eso, bajo el poder del yo que comprende.


3. LA MEDICALIZACIÓN EN PSIQUIATRÍA. ¿NEGACIÓN DEL ROSTRO DEL OTRO?

La filosofía ética de Lévinas que toma como punto de partida al otro de manera radical, parece ofrecer un punto de vista que arroja luz sobre las implicaciones del fenómeno de la medicalización en psiquiatría. Así, decíamos que este fenómeno suponía un proceso de reconsideración de unos problemas que no eran abordados por la medicina clínica y que luego de este proceso pasarían a ser tratados como problemas médico-clínicos, de supuesta base biológica y que deberían ser tratados por especialistas. Lo anterior suscitaba algunos problemas, como por ejemplo el de los límites entre lo psíquico y lo somático, el problema del reduccionismo biológico y el problema del tipo de conocimiento que suponía ser la psiquiatría.

Ahora bien, para establecer una relación entre el fenómeno de la medicalización en psiquiatría y la noción del rostro y su negación en Lévinas, deberíamos precisar si podemos hablar de la práxis psiquiatrica como una práxis que privilegia un modo de dirigirse al otro desde un determinado horizonte de comprensión, o si prioriza el encuentro con el otro como un encuentro con un rostro que sobrepasa la capacidad de comprender de un yo. En términos de Lévinas, si el fenómeno de la medicalización en psiquiatría supone una predilección por la ontología o por la ética.

Según lo desarrollado en el primer apartado, los tratamientos psiquiátricos, o el enfoque de la psiquiatría para solucionar los problemas, es un enfoque de tipo biológico o neurológico. Así lo afirman algunas de las publicidades de los fármacos, que hablan de la ansiedad como un síntoma producido por un desequilibrio químico (González Pardo; Marino Pérez, 2007, p.43). También algunos manuales diagnósticos, como el DSM-IV, que definen los síndromes o patrones psiquiátricos relevantes como manifestaciones de una disfunción “psicológica, biológica o del comportamiento del sujeto” (Gotzsche, 2014, pp. 286-287). Esto supone que ante la presencia del otro, este se da dentro de un horizonte determinado, y este sería el horizonte de la psiquiatría. El otro, en tanto ente, está comprendido por las categorías diagnósticas, que de acuerdo a los síntomas que presente, se le podrá asignar un determinado síndrome, trastorno o enfermedad, y un modo de tratamiento.

Si el otro no es dado como rostro, y es dado como ente, como paciente, como enfermo, entonces podemos decir que hay una negación parcial del otro. Es reducido a un horizonte del ser que lo comprende, y por lo tanto, es reducido al poder de un yo que lo somete a ese horizonte de comprensión (Lévinas, 2001, p.21). Esto es también en parte lo que denuncia Aitor Álvarez Fernández, cuando habla del reduccionismo biológico que se suponen desde ciertos ámbitos de la neurología, pero también de la psiquiatría. Es el hecho de querer reducir las operaciones de los sujetos, el hacer en general de las personas, a lo que acontece en el sistema nervioso, como si lo último explicase lo primero (Álvarez Fernández, 2008, p.4). Es algo análogo a lo que sucede con la negación parcial del otro: un intento de comprender a la alteridad desde un horizonte del ser determinado, desde una estructura que le da un lugar y una forma determinadas al ente, y que no se encuentra cara a cara con el rostro del otro.


4. CONCLUSIONES.

Para concluir, retomaremos la pregunta que se planteo en la introducción: ¿Es el fenómeno de la medicalización en psiquiatría un caso de negación del rostro? Con las relaciones establecidas en el apartado anterior, solo podemos decir que la medicalización en psiquiatría supone una concepción de los trastornos o enfermedades mentales que, en términos de lo que plantea Lévinas, niegan parcialmente al otro. Además, tal y como entendimos la noción de rostro, este no puede ser negado, sino que aquello que podemos negar es al otro en tanto ente dado en el horizonte del ser, y en cuanto que no se ha producido un encuentro con este otro.

Así, podemos responder a la pregunta diciendo que no, la medicalización en psiquiatría no es un caso de negación del rostro. Más bien, sus supuestos reduccionistas tienden a una negación parcial del otro, ya que análogamente a la reducción del ente por el horizonte del ser, los supuestos biológicos de la psiquiatría quieren explicar la conducta o el hacer de las personas y su malestar anímico como producto netamente de disfuncionalidades neurológicas o químicas. Estos supuestos no dejan de ser problemáticos para la misma comunidad de psiquiatras, para la comunidad de psicólogos y para otras disciplinas de estudio, tal y como lo hemos desarrollado. Y son problemáticos no solo por sus consecuencias, sino también por su validez o por su veracidad.

El texto puede abrir un campo más amplio de problemas, como por ejemplo si no es acaso la medicalización en general un proceso que supone la negación parcial de los otros, o pensar cuáles son las consecuencias de la medicalización: ¿Toda medicalización es violenta?, ¿cuándo un tratamiento médico es violento? Estas son algunas interrogantes que desde este trabajo quedan abiertas.

BIBLIOGRAFÍA.



Álvarez Fernández, A. (Junio-2008). “Sobre «Neurociencia» y Psicología”. El Catoblepas.

Número 76. En línea: https://www.nodulo.org/ec/2008/n076p13.htm



— (Mayo-2009). “Situaciones operatorias en la investigación en Psicología: ¿metodología científica, ideología o metafísica?”. El Catoblepas. Número 87. En línea: https://www.nodulo.org/ec/2009/n087p14.htm


González Pardo, H., Pérez Álvarez, M. (2007). La invención de los trastornos mentales.

¿escuchando al fármaco o al paciente?. Madrid. Alianza Editorial.



Gotzsche, P. (2014). Medicamentos que matan y crimen organizado. Cómo las grandes farmacéuticas han corrompido el sistema de salud. Barcelona. Los libros del Lince.


Graciela Natella (2010). “La creciente medicalización contemporánea: Prácticas que la sostienen, prácticas que la resisten en el campo de la salud mental”, en Canellotto A., Luchtenberg E. (coord.) Medicalización y sociedad. Lecturas críticas sobre la construcción social de enfermedades. Buenos Aires. UNSAM EDITA.


Navarro Crego, M. (Noviembre-2015). “Aproximación al problema del fundamentalismo farmacológico en psiquiatría”. El Catoblepas. Número 165. En línea: https://www.nodulo.org/ec/2015/n165p01.htm.



Lévinas, E. (2001). “¿Es fundamental la ontología?”. En Entre nosotros. Ensayos para pensar en otro. Valencia. Pre-textos.


(2002) “El rostro y la exterioridad”, en Totalidad e infinito. Ensayo sobre la exterioridad. Salamanca. Ediciones Sígueme.


Notas al pie.


1Por mencionar un tipo de interés legal o político que se pone en juego dentro del proceso de la medicalización: “El hecho de diagnosticar a las mujeres con un trastorno disfórico premenstrual, por ejemplo, puede impedirles conseguir un trabajo u obtener la custodia de sus hijos en caso de divorcio.” (Gotzsche, 2014, p.288)

2Decimos “supuestos mecanismos biológicos”, porque hay autores (médicos, psiquiatras y psicólogos) que se empeñan en mostrar que, justamente, se trata de eso, de hipótesis de investigación que en las comunidades de investigadores están sujetas a discusión, y sobre las que no hay consenso. (Gotzsche, 2014, pp.298-299) (González Pardo; Marino Pérez, 2007, pp.34-35)

3En este sentido, cabe destacar la observación que hace Peter Gotzsche de la situación de los menores de edad diagnosticados con trastornos mentales en Estados Unidos: “En 1987, poco antes de que los ISRS salieran al mercado, eran muy pocos los casos de menores con trastornos mentales en Estados Unidos; veinte años después, sin embargo, la cifra supera los 500.00, lo que supone que los diagnósticos en menores se han multiplicado por 35.” (Gotszche, 2014, p.297)

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