El valor de la vida en las personas de ciudad.
¿Qué hacemos con nuestra vida y con la de los otros?
En un texto incluido en la compilación de El espectador, el español Ortega y Gasset escribe unas líneas comunicando algunas reflexiones sobre el espíritu de lo que él denomina "hombre moderno", pienso yo, ese bicho de ciudad, que piensa que el agua emana de la canilla o, en última instancia, de una planta de aguas sanitarizadas; ese bicho que piensa que "la comida" (el pan, la lechuga, el tomate, la pechuga de pollo...) está y estará siempre dispuesta en el supermercado, o en la carnicería, o en la panadería, que solo basta disponer de dinero para adquirir esos bienes; ese bicho, en fin, que piensa que solo las rutas, veredas, pavimentaciones, etc., están hechas para transitar. Es decir, que evita pisar el pasto de las plazas y camina por el pavimento que conduce el tránsito, como si el bicho fuese un robot con sensores para identificar solamente algunas superficies.
En ese texto, podemos leer:
Es curioso que quien siente menos apetitos vitales y percibe la existencia como una angustia omnímoda, según suele acaecer al hombre moderno, supedita todo a no perder la vida. La moral de la modernidad ha cultivado una arbitraria sensiblería en virtud de la cual todo era preferible a morir. ¿Por qué, si la vida es tan mala? Por otra parte, el valor supremo de la vida -como el valor de la moneda consiste en gastarla- está en perderla a tiempo y con gracia. [...]
El resto no lo puedo reproducir exactamente, porque mientras transcribía del formato papel al formato electrónico, se me volcó el mate cocido encima del libro. Por lo tanto tampoco puedo hacer la cita exacta. Pero arrojaba otra pregunta: ¿Acaso queremos organizar nuestro mundo como un gran hospital o como una clínica gigantesca? Perder la vida a tiempo y con gracia como valor supremo de la vida... Organizar nuestro mundo como una clínica gigantesca. ¡Pum! qué ideas tan fuertes, tan chocantes.
No solo es curioso, sino extravagante y controvertido, el hecho de que en algunos momentos de nuestras vidas, los ciudadanos, los bichos de ciudad, sintamos esa angustia que tiñe de gris oscuro y de amargura cualquier suceso de nuestras vidas, pero que al mismo tiempo estemos completamente asustados del hecho de morir. Es decir, que nos quita las ganas de vivir y hacer las cosas, pero también mantiene vivo ese miedo a morirse, y estiramos la vida como si fuese un chicle masticado que ya perdió todo su sabor y color.
No hay conclusión alguna en esta, mi invitación a pensar: ¿Cuál es el valor que le damos a nuestras vidas y a las vidas de quienes nos rodean? ¿Qué hacemos de nuestros días, con nuestro tiempo vivido? ¿Es importante para nosotros; nos motiva a seguir creando y nos inunda de proyectos? ¿Creemos que nos hace mal, que nos enferma y que quizás la cura esté en manos de un médico?, cuando enfermamos... ¿estamos enfermos, queremos estar enfermos, o ambas?
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