Gente de piedra
PASQUINO
[…]
Escúcheme bien, Marforio, voy a confiarle a usted un secreto: el Papa no está
ni muerto, ni curado, ni enfermo, ni vivo.
MARFORIO
¿Cómo?
PASQUINO
Ninguna
de esas cosas. No hay ningún Papa, nunca ha habido el menor rastro del Papa
León XIII.
MARFORIO
Pero
los diarios están llenos de relatos de personas que han sido recibidas por él
en audiencia y de detalles de su enfermedad.
PASQUINO
La
vanidad humana es crédula. Y usted, Marforio, ¿lo ha visto?
MARFORIO
Usted
sabe muy bien que, como somos de piedra, los desplazamientos nos resultan difíciles.
No, por cierto, no he ido a ver al Papa. Me movilizaré un día hasta el Vaticano
si me cargan en una carroza, como a un embajador, o si le ponen ruedas y un motor
a mi pedestal. Pero que yo no lo haya visto no es una razón para que el Papa no
exista. Usted, Pasquino, ¿acaso ha visto a Dios?
PASQUINO
Si lo hubiera visto desconfiaría. Sólo se muestra aquello
que no es seguro, para
inspirar confianza. Esta
es la verdad, Marforio; el Cónclave, reunido a puertas
cerradas… [1]
Además
de darle vida a las famosas “estatuas parlantes romanas” y vincularlas con el
tipo de discusiones que suscitaban en sus inicios (esto es, en el siglo XV, como
medio para expresar críticas contra el papado romano) [2], es este fragmento del diálogo
entre Pasquino y Marforio el que, a mi parecer, pone patas para arriba la
concepción del mundo que muchos de nosotros hemos construido (y construimos) como sujetos, y
nos invita a reflexionar sobre la cuestión.
Tras las referencias a
los diarios a las que Marforio alude para enfatizar sobre la existencia del Papa, Pasquino le contesta: “La vanidad humana
es crédula. Y usted, Marforio, ¿lo ha visto?”. Esto me lleva a pensar: ¿No
creeremos demasiado de aquello que la prensa y los medios masivos nos comunican?,
¿acaso hacemos bien en fiarnos demasiado de la información mediática?
Después de todo, no
somos muy diferentes a Marforio, o a Pasquino… Gente de piedra, pero
petrificada dentro de nuestros hábitos; petrificada dentro de aquello que se
nos representa como la realidad. ¿No serán los medios aquella cabeza de
Medusa, que, al mostrarnos una realidad forjada por sus noticias, por su
información, nos petrifican para que evitemos conocer lo real? Quizás lo
anterior no sea más que una visión forzada de nuestro mundo. Pero es una reflexión que cabe hacérnosla.
Por otro lado, Marforio luego dice algo muy convincente, esto es, que el hecho de que él no haya visto al papa no quiere decir que este no exista. Y remata, “Usted, Pasquino, ¿acaso ha visto a Dios?”. La posterior respuesta de Pasquino, que parece ser una contrariedad, permite en realidad vislumbrar cierta postura iconoclasta: “Si lo hubiera visto desconfiaría. Sólo se muestra aquello que no es seguro, para inspirar confianza.”
El mensaje aquí se me
presenta ambiguo. Hasta que se me atraviesa, como un balazo, una luz en la
cabeza: el culto a la imagen, en el más amplio sentido. He ahí la cuestión. He
ahí el problema que nos azota. Esto es lo que subyace en aquello que, a mi
entender, problematizan las dos estatuas en la citada plática. Y sobre aquello
también cabe una amplia reflexión.
[1] Jarry,
A. (1905): “La existencia del Papa”, en Costumbres de los ahogados.
Ebook En línea: https://lectulandia.eu/book/costumbres-de-los-ahogados
(pp.7-10)
[2] (8-09-2015):
“Estatuas parlantes de Roma”. Wikipedia. En línea: https://es.wikipedia.org/wiki/Estatuas_parlantes_de_Roma
Comentarios
Publicar un comentario