Disparadores para pensar la crueldad.
Disparadores
para pensar la crueldad.
Amenaza
de un mazorquero y degollador de los sitiadores de Montevideo dirigida al
gaucho Jacinto Cielo, gacetero y soldado de la Legión
Argentina, defensora de aquella plaza
[…] Unitario
que agarramos, lo estiramos; o paradito nomás, por atrás, lo amarran los
compañeros, por supuesto, mazorqueros, y ligao con un maniador
doblao, ya queda codo con codo y desnudito ante todo. ¡Salvajón! Aquí empieza
su aflición.
Luego
después a los pieses un sobeo en tres dobleces se le atraca y
queda como una estaca lindamente asegurao, y parao lo tenemos clamoriando; y
como medio chanciado lo pinchamos, y lo que grita, cantamos la refalosa y
tin tin, sin violín.
[…]
Cuando algunos en camisa se empiezan a revolcar, y a llorar, que es lo que más
nos divierte; de igual suerte que al Presidente le agrada, y larga la carcajada
de alegría, al oir la musiquería y la broma que le damos al salvaje que
amarramos.[1]
[…] el
16 de marzo de 1968, los ciento cinco soldados norteamericanos de la Compañía
Charlie, de la 11ª Brigada de la División Americal, entran en la aldea de My
Lai y, antes del mediodía, aniquilan, muchas veces con las bayonetas, a
quinientos civiles desarmados; se ríen mientras sodomizan y violan a las
mujeres, a algunas de las cuales les abren la vagina con cuchillos, escalpan
los cadáveres, etc.
William
Broyles, un ex- “marine” norteamericano, […]. Cuenta también lo que sus hombres
hicieron con el cadáver de un soldado enemigo, un vietnamita recién muerto: lo
disfrazaron con unas gafas de sol, un cigarrillo en la boca y un boñigo en la
cabeza. Como oficial, se sentía indignado; pero señala también que, en su fuero
interno, obtenía un cierto placer.[2]
Cuando
se conocen hechos o acontecimientos como los previamente mencionados (sin
socavar la cantidad enorme de situaciones similares o peores), a menos que
alguna vez hallamos estado en las atrocidades de una guerra, o a menos que
formemos parte de un cartel de drogas o de un grupo terrorista, se nos viene a
la cabeza una pregunta: ¿Por qué?
La
crueldad es, a simple vista, aterradora para el sometido y para aquellos que
lamentan lo que le acaece. Justificada o disfrutada por quien la perpetra. Pero
en todo caso, ¿a qué nos referimos cuando decimos que algo es “cruel” ?, ¿por
qué es posible que existan comportamientos tan impresionantes (en el sentido de
disgusto de la palabra) como los previamente mencionados?
Lo
cruel.
Michel
Weiviorka (2003) nos habla de “la violencia por la violencia”, como aquello que
caracteriza a la crueldad, aunque puede manifestarse o emerger en diferentes
circunstancias. Otra concepción sobre lo “cruel” puede ser la del ejercicio de
la violencia “sobre otro o sobre sí mismo sin que exista necesariamente una
razón para hacerlo” [3].
La
crueldad habilita, aparentemente, sensaciones de bienestar o de placer en quién
acomete el acto cruel; decía Nietzsche que “Ver-sufrir produce bienestar;
hacer-sufrir más bienestar todavía, esta es una tesis dura, pero es un axioma
antiguo, poderoso, humano, demasiado humano” (citado en Coronel Piña, 2015,
p.96). Para el filólogo y filósofo, era la crueldad una cualidad inseparable
del ser humano. Pero lo intrigante es cómo, a través de qué mecanismos, es
posible gozar a través del sufrimiento ajeno.
En su
libro Lógica de la crueldad, Joan-Carles Mélich dice:
Si la
crueldad es cruel lo es porque se ejerce sobre un singular que no es
contemplado como nombre propio sino como un ser que pertenece a un marco categorial
(un judío, un gitano, un negro, un homosexual, una mujer…). Por eso si hay
alguna característica de esta lógica de la crueldad que merezca la pena
destacarse desde el principio es, para decirlo en una palabra, la
destrucción de lo múltiple y, por lo mismo, de lo singular, del nombre
propio.[4]
La afirmación
es congruente con la gramática de los disparadores utilizados al comienzo. En
el caso de los mazorqueros, no torturan a un hombre, torturan a un unitario
(recordemos el conflicto Argentino de principos de siglo XIX entre unitarios y
federales). En el caso de los soldados estadounidenses, no jugaban con
cadáveres de tal o cual persona, lo hacían con el de vietnamitas.
Si
bien podemos ver cómo opera la “deshumanización” del sujeto sometido a la
crueldad, aún queda pendiente una pregunta: ¿Cómo nos convencemos de que el
sujeto ya no es “humano” y por eso nos gratifica su sufrimiento? ¿Será que, como
dice Nietzsche, somo crueles por naturaleza?
[1]
Sarmiento, D. F.: Recuerdos de Provincia. Editorial Universitaria de
Buenos Aires. Buenos Aires. 1960. (pp.19-20)
[2]
Wieviorka, M.: “Violencia y Crueldad”. Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 37
(2003), pp.155-171
[3] Coronel
Piña, V. I.: “¿Es la crueldad constitutiva del ser humano? Meditaciones a
partir de Nietzsche y Freud”. Mutatis Mutandis: Revista de Filosofía, no.
5, diciembre de 2015. pp.94
[4]
Mélich, J. C.: Lógica de la crueldad. Herder Editorial, Barcelona, 2014,
p.27
Comentarios
Publicar un comentario