La (¿olvidada?) distinción entre el Bien y el Goce.
![]() |
«Sócrates – […] Considera, por lo pronto, si esto te parece exacto; y en seguida, si con relación al alma hay profesiones semejantes, caminando las unas según las reglas del arte, y teniendo en cuidado de procurar a aquella lo que le es ventajoso; y desatendiéndose otras de este punto, y como dije antes respecto del cuerpo, ocupándose únicamente del placer del alma y de los medios de procurarlo, sin examinar en manera alguna cuáles son los buenos y los malos placeres, y pensando sólo en todo lo que afecta al alma agradablemente, sea o no ventajoso para ella. [...]»i
Obviamente, el título del artículo es tendencioso y quiere causar asombro para que se lo lea. La distinción entre el bien y el goce, fue olvidada, no por todos, sino por algunos. ¿Fue olvidada, o nunca la han enseñado? Porque ya ni en mis recuerdos sobre las clases de filosofía de sexto año del secundario tengo el recuerdo de haber visto esta distinción, aunque sí por otro lado de los placeres necesarios e innecesarios que distingue Epicuro en su Carta a Meneceo. Y es un problema que poco se trata, primero porque es de difícil tratamiento, y segundo porque es un tema muy incómodo. No es cómodo dar cuenta a los demás de por qué uno hace lo que hace: no es cómodo dar cuenta de porque uno tiene relaciones sexuales; de porqué uno se emborracha cada vez que sale con los amigos; de porqué nos gusta publicar fotos del torso desnudo, o posando las nalgas en primera plana en redes sociales, ¡incluso por qué hacemos trabajos que no nos interesan!ii. Si no queda claro, hablamos del problema del Bien, pero no del Bien como algo que está más allá de nuestra realidad; no del bien como ente metafísico, divino y solo capaz de ser entendido con grandes esfuerzos del pensamiento. Se trata de saber lo que es bueno, para darse una buena vida. Un problema fundamental de la Ética, sin lugar a dudas. Problema viejo como nuestro querido griego de las anchas espaldas, Platón, e incluso más viejo que él. Y todavía no ha sido resuelto1, o almenos yo no lo resolví, ni tampoco tengo noticia de que se haya resuelto.
Cuando Platón escribe el Gorgias, señala este problema. A raíz de una discusión que tocaba el problema de si la retórica era o no una ciencia (episteme en sentido griego) o un arte o técnica, como buena charla que se aleja de su asunto original (en realidad, hay una operación dialéctica que va y viene sobre los componentes del tema), Sócrates, Polos, Gorgias y luego Callicles terminan discutiendo sobre lo que es buenoiii. Polos vendría siendo la representación de un pensamiento de abuelo jubilado y amargado moderno que reconoce la injusticia, porque la padeció, pero como ve que los garcas (él hablaba de Pérdicas de Macedonia), por más garcas que sean, viven en un castillo, tienen riquezas y las mejores griegas y mancebos, entiende que la felicidad es mucho más fácil de alcanzar siendo injusto2. Y para convencerlo a Sócrates, casi que utiliza la argucia retórica del “vos decís que no es así porque sos un envidioso”. Pero Sócrates le para el carro, contestando que «no es digno envidiar a los desgraciados».
Acá es cuando uno ve a Sócrates como un idealista raro. ¿A quién no le gustaría tener poder para hacer lo que quiere cuando quiere; para satisfacer cualquier deseo; para comprarse unos boletos al mundial, para ganarse la quiniela y dejar de trabajar; para tener sexo con esa persona que te excita cuando quieras? Pero acá nos deslumbra Platón con una distinción sutil: ellos no hacen lo que quieren, sino que hacen lo que les parece más ventajoso. ¿Suena hueco? Pongamos un ejemplo simple: En una epidemia de tuberculosis, una persona que le tiene miedo a las vacunas y a las agujas no desea darse la vacuna para esa bacteria. Un médico la convence: si no se da la vacuna, es posible que se contagie de la bacteria, que tome sus pulmones y que se empiecen a desarrollar síntomas como fiebre, esputos sanguinolentos, tos, e incluso, la muerte si empeora, como consecuencia de la acción de la bacteria sobre su organismo. Esta persona es convencida y se vacuna. ¿Quería vacunarse?, no exactamente; quería no padecer esa enfermedad, y lo mejor para ello era vacunarse. Así como a veces el que va al gimnasio, hace ejercicios pesados e incómodos para ganar fuerza, o simplemente para verse fuerte o que lo vean fuerte. En otras palabras: Uno podrá hacer lo que quiera, pero no podrá querer cualquier cosa.
No hay que tener envidia del que obra injustamente, del que solo atiende a sus deseos y confunde el bien (concepto que habla más de la conformidad y coherencia de un conjunto de operaciones) con un momento de agrado; que confunde la felicidad con perseguir aquello que me exime del dolor, o huír del dolor; la felicidad es así un buscar lo que es bueno, sea agradable o sea doloroso. Es más agradable comerse un kg de helado que salir a trotar, ¿pero qué es más bueno?iv Por eso, sostiene Sócrates, es peor cometer una injusticia que padecerla. El que solo está buscando placeres; el que solo busca contar chistes con los otros para reírse; el que solo quiere dinero para gastárselo en bienes de ostento; el que solo quiere disfrutar de banquetes, con alcohol y juegos; el que solo quiere ascender en el trabajo, sin importar que un compañero lo merezca más… El que solo quiere más, es como un barril con agujeros: «¿No es necesario que si mucho se vierte, mucho se derrame, y no son precisos grandes agujeros para estos derramamientos?»v.
Se puede obviamente criticar la analogía que intenta trazar la metáfora, entre la persona y un barril agujereado. Sin lugar a dudas, es una metáfora bastante simplista, como si fuese tan fácil explicar la conducta de las personas con barriles, huecos y líquidos que se vierten. Pero a mí me dice mucho. ¿Qué es la buena vida, entonces? Me gusta pensar que la filosofía se encarga de dar respuestas negativas, más que positivas. Es decir, aquí lo único que hemos dicho es lo que no es bueno, distinguiendo lo bueno de lo agradable, según unos criterios claros como los que son la sensación subjetiva del placer, y las finalidades éticas de la acción. Quedará claro que lo bueno no es, como nos dice el trap y el reggaeton (no todas sus canciones, porque todas no las conozco, pero sí algunas), tener un buen auto, plata para gastarla en bebidas y drogas, “perrear” y “chingar”. Sin dudas que esto es agradable, pero, ¿después qué? Perseguir esto es, como bien grafica Socrates, análogo a tener zarna, que me pique y yo todo el tiempo me rasque para aliviar la comezón. ¡Qué agrado, que alivio! Pero no he solucionado el problema de fondo, que es la zarna. No quiero rascarme; quiero que me deje de dar comezón.
iPlatón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871, pp.237
iiLo peor está en caer en el: «soy así»; «cada uno hace lo que quiere». ¿por qué digo que esto es lo peor?, llanamente, porque cuando uno se identifica con cierta conducta, con cierto rasgo, se deja de preguntar por su razón; se desentiendie como sujeto de un mundo con el que está en constante interacción; mundo que uno como sujeto condiciona, pero que nos condiciona a nosotros también en nuestro querer.
iiiEn realidad, sobre si es mejor padecer una injusticia que cometerla, pero de ahí se desprende el tema de si acaso el injusto vive más feliz que el justo.
ivClaro que el problema es definir el bien. Pero el bien no es un unívoco. El bien, tal y como Aristóteles dice del ser en su tratado Metafísica, «se dice de muchas maneras». Así, si lo que uno quiere es una buena salud, mejor deja ese helado y anda a trotar. Esto es lo que hace del bien una cosa tan compleja y difícil de encontrar.
vPlatón, Obras completas, edición de Patricio de Azcárate, tomo 5, Madrid 1871, pp.219
Comentarios
Publicar un comentario