El espectáculo del odio.

 



El espectáculo del odio.

Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante. Y sin embargo, la rabia que se sentía era una emoción abstracta e indirecta que podía aplicarse a uno u otro objeto como la llama de una lámpara de soldadura autógena.[1]

 

            Esta idea “orwelliana” de los “dos minutos de odio” nos anticipa lo peligroso que este sentimiento puede llegar a ser a la hora de poseer uno mismo sus propios pensamientos. Este éxtasis de miedo y venganza, el deseo de aplastar canalizado en una figura cualquiera -posible de aplicar a cualquier objeto-, se torna un alimento para la condición insatisfecha del hombre (o de la mujer) que precisa de un enemigo para sostener lo que podríamos identificar como una ideología, una cosmovisión o, un término que prefiero, un mito.

            Otro ejemplo, esta vez en una nóvela histórica, es el que nos ofrece A. Burgess en El Reino de los Réprobos, donde se nos ilustra una escena del circo romano, presenciado por las gentes ciudadanas de roma, de cristianos siendo masacrados por leones y arrojados desde torres de madera fabricadas dentro del circo. Aunque el espectáculo salió “mal”, porque el objeto de odio y de humillación, que eran los cristianos allí sometidos, no cedían ante el guion que se les estaba preparado, y aceptaban la muerte que les había sido cruelmente preparada. En este caso, desilusión para el público.

            El odio es, en estos dos ejemplos particulares, la sustancia del espectáculo. Eso que ofrece. No solo el odio, sino también, como en el ejemplo de Burgess, la humillación y aquel o aquellos a los que se pretende humillar, ya sea por el motivo que fuese, pero principalmente para conseguir una misma finalidad: La imposición y legitimación de una idea o un conjunto de ideas, en descrédito de las humilladas.

 

El espectáculo del odio, aquí y hoy.

            En este sentido es que también, en la actualidad, ciertamente, intentan imponerse ciertas ideologías sobre otras, compitiendo entre mitos y atacándose mediante esta lógica. Tomando, por un lado, la necesidad violenta de “aplastar” al otro de Orwell y, por otro lado, la necesidad de humillar al otro, para dar cuenta de una aparente “victoria” de una guerra que no es tal.

            Estas formas de espectáculo, que representan a cierto/s grupo/s, no son difíciles de identificar, y lo son mucho menos en las redes sociales como YouTube. Bajo títulos como “X le tapó la boca a Y”, o “X deja sin palabra a Y”, o “X le dice A a Y”… entre otras fórmulas que reflejan justamente un escenario más de violencia que de debate, una pelea más que una discusión, donde lo importante es que tal idea o valor (o persona que representa ciertas ideas o valores) se impone, humillando o “destruyendo” a otra idea o valor (u otra persona que represente esos otros valores o ideas.).

            Más allá del tema objeto de discusión y de las razones y argumentos que puedan tener las partes disertantes sobre la cuestión, en lo que se hace foco en este tipo de contenidos es en el espectáculo de la humillación del que se considera distinto o enemigo de lo que “mi” grupo o “nuestro” grupo piensa.

            Al que la expresión odio le parezca muy fuerte o exagerada, puede convencerse de que este tipo de espectáculos puede ser de esta naturaleza teniendo en cuenta la siguiente definición de lo que representaría un discurso de odio, tomada de un trabajo publicado en la Revista de Internet, Derecho y Política de la Universidad de Cataluña:

 

[…] todo material escrito, toda imagen o cualquier representación de ideas o teorías, que propugne, promueva o incite al odio, la discriminación o a la violencia, contra cualquier persona o grupo de personas, por razón de la raza, el color, la ascendencia o el origen nacional o étnico, así como de la religión en la medida en que esta se utilice como pretexto para cualquiera de esos factores.[2]

       Para el que no se convenza de estas razones, al menos he ofrecido uno de varios marcos conceptuales para considerar el problema. Lo anterior puede agravarse en el caso de que se tienda a una deshumanización de ese otro al que se degrada, pero la cuestión excede la intención de este breve escrito. Lo que intento dilucidar es el carácter dañino de este tipo de, llamémoslo, fenómeno social (puesto que acontece en el marco de las relaciones sociales). Desnudar la aparente prodigiosidad de los vencedores en estos “debates” (que en el fondo no lo son, porque no cumplen la función de un debate), y mostrar lo que realmente son: simples guiones de un espectáculo que retroalimenta la supuesta superioridad de una ideología sobre otra; de un conjunto de valores sobre otros; de un grupo sobre otro. Y lo peor, cimentado esta (reitero) supuesta superioridad en un discurso de odio, y no en razones y argumentos bien fundados.

            Y con esto no pretendo derribar una ideología entera simplemente porque utilice este tipo de recursos para competir contra otras. Simplemente pretendo señalar que ese tipo de recursos, que no sirven sino para foguear una falsa supremacía, no hacen más que nublar la vista de quienes se valen de ellos para comprender el mundo. La legitimidad de muchas atrocidades en la historia de la humanidad ha sido sostenida, entre otras cosas, por este pilar.



[1] Orwell, G. 1984. Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Edición Electrónica: www.philosophia.cl. (p.13)

[2] Miró Llinares, Fernando Taxonomía de la comunicación violenta y el discurso del odio en Internet IDP. Revista de Internet, Derecho y Política, núm. 22, junio, 2016, pp. 82-107 Universitat Oberta de Catalunya Barcelona, España. (pp.87). En línea: https://www.redalyc.org/pdf/788/78846481007.pdf

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