¿Es libre la libertad?

 



¿Es libre la libertad?

Introducción.

          Libertad. Una palabra poderosa y polémica; una virtud o un vicio; un valor o un eslogan. La palabra libertad, en el uso común, parece definirse de manera obvia: la entendemos, en general, como la “facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”[1].

         Lo cierto es que, si bien la cuestión parece sencilla a simple vista, profundizar en el término nos conduciría a un debate, considero yo, espinoso, donde se juega uno de los valores (¿valor, cualidad, don?) de la humanidad. Algunas preguntas disparadoras podrían ser las siguientes: ¿Es el hombre[2] libre por naturaleza?, ¿el hombre siempre elige de acuerdo a su voluntad?, si la voluntad existe, ¿de dónde sale, es decir, responde a leyes de causa-efecto, o no lo hace?, si hablamos de causalidad en la voluntad, ¿podemos hablar de libertad, o el hombre estaría sujeto a un determinismo del que no puede escapar?

         En el presente breve-ensayo, vamos a encarar la cuestión de la libertad analizando fragmentos de la novela Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, la historia de aquel joven ingles que, durante el siglo XVII, rompe con la voluntad de sus padres de tener una vida “normal” para arrojarse a la aventura marítima, donde le esperan una serie de infortunios. Repararemos sobre la noción de libertad que nos ofrece la novela, y contrastaremos con diferentes concepciones del término desarrolladas desde la filosofía y la antropología filosófica, puntualmente. Lo que se intenta es ampliar nuestra idea sobre la libertad, entender cómo opera y saber si la libertad, como concepto, está libre de determinaciones, no lo está o si acaso la cuestión es más compleja. Siéntanse libres de continuar la lectura.


 

El fatal aventurero que no quería ser abogado.

         En la ficción, al parecer inspirada en hechos reales (Defoe habría conocido la historia de un hombre cuyos infortunios lo habrían alentado a hacer su obra)[3], Robinson narra su vida. En uno de los primeros párrafos, iniciándose la novela, leemos:

 

Siendo el tercer hijo de la familia y no habiendo aprendido ningún oficio, mi mente comenzó muy pronto a llenarse de proyectos aventureros. Mi padre, que era ya muy viejo, había procurado dotarme de una buena instrucción, en la medida que las enseñanzas hogareñas y las de una escuela pública provincial pueden generalmente procurar, y me había preparado para la carrera de leyes. Pero yo no podía resignarme a seguir otra carrera que la del mar, y esta carrera era completamente opuesta a la voluntad, mejor, a las órdenes de mi padre, y también contraria a todas las súplicas e intentos de persuasión de mi madre y de mis amigos, de tal suerte que parecía haber algo fatal en la inclinación natural que me impelía directamente hacia la vida de miseria que me esperaba. [negritas mías] (1969: p.15).

 

Este párrafo, que permite anticipar ciertamente de qué va la obra, nos cuenta mucho más que el simple contenido de una novela literaria. Aquí podemos observar una concepción del personaje (y del autor) a cerca de la voluntad de elección que poseería un individuo, a cerca de la condición de la libertad (o no) del hombre para obrar de una manera o de otra.

         Robinson, a unos pasos de la adultez, sabía que su voluntad era contraria a la voluntad de su padre y a la de su madre. Él no deseaba que su vida sea, tal y como se la proponía su padre, dedicada a las leyes y situado en la “clase media” que, según su padre, era la “mejor situación del mundo” (1969: p.16). Pero luego leemos lo siguiente: “parecía haber algo fatal en la inclinación natural que me impelía directamente hacia la vida de miseria que me esperaba”. Si en un principio pensábamos que el joven Crusoe hacía uso de su condición de hombre libre para oponer su voluntad a la de su familia, estas líneas nos ponen de manifiesto otra cuestión. Su inclinación no sería causa de su más libre voluntad, sino que sería “natural”, y no solo eso, algo “fatal” dentro de esta misma naturaleza lo empujaba al (¿inevitable?) destino que le esperaba.

         Evitando entrar en trampas del lenguaje, consideremos lo siguiente en el marco del párrafo anterior. Robinson claramente tiene sus deseos, su “inclinación natural”. Suponiendo que es natural, podríamos pensar que él no la eligió, sino que simplemente vino con él. Pero aun así podría haber declinado ante la insistencia de su padre, y no lo hizo, eligiendo arrojarse a la mar. Por otro lado, también se alude a algo “fatal” dentro de la inclinación de Robinson por hacerse un navegante, en otras palabras, algo que necesariamente lo determinaba a padecer, como dice, sus futuras miserias. Y aquí se nos presenta un primer problema. No podemos negar que Robinson Crusoe elige, ciertamente, lo que hará. Pero, ¿acaso elige él su “inclinación natural”? De momento parece que no, que hay algo que lo excede.

         Robinson se aventura, entonces, en un primer viaje un día que se cruza un compañero suyo, quien lo invita gratis a tripular en el barco de su padre con destino a Londres. En síntesis, la cosa va muy mal, durante el trayecto la embarcación sufre dos tempestades y, en la segunda, el barco zozobra. Nuestro desafortunado protagonista nos dice que bien podría haber tomado aquello como advertencia, pero….

 

No sé cómo explicarlo, pero parece existir un secreto destino que nos precipita a convertirnos en instrumentos de nuestra propia destrucción a pesar de que nos demos cuenta de ello y avancemos hacia el futuro con los ojos abiertos. Evidentemente, solo un decreto fatal, al que me era imposible escapar, podía hacerme desoír las razones juiciosas […]. [negritas mías] (1969: p.23).

 

Parecería aquí como que Robinson se entiende títere de su propio destino. Como si una mano invisible encauzara nuestro rumbo, como si independientemente de nuestra voluntad, nuestra suerte ya estuviese echada. De hecho, la idea de la “Providencia” es muy recurrente en la trama, y Robinson (que en el desarrollo de la novela abraza fuertemente la religión cristiana y al Dios cristiano) interpreta sus infortunios como consecuencia de la “Divina Providencia” por haber ignorado las advertencias de su padre. Entonces, si Robinson elige no seguir las órdenes de su padre, pero aun así existe una “mano invisible” que determina su propia suerte, ¿podemos decir que el hombre, bajo esta concepción, es libre?, ¿acaso todo está escrito?

 

Providencia o libertad.

         Repasemos el problema que se nos disparó anteriormente: Si acaso existe una divinidad, una “providencia”, que de algún modo sella nuestro porvenir; es decir, si ya nuestro destino estuviese “escrito”, ¿acaso existe la libertad?

         Este problema estaría aparentemente “resuelto” por San Agustín (354-430 d.C.), quien en su obra La ciudad de Dios encararía la cuestión de la libertad y del libre albedrío. En el capítulo noveno del quinto libro, San Agustín, pensador cristiano, crítica la idea de Cicerón (antiguo político romano) de la ausencia de una “presciencia de lo futuro”. Este último pensaba que, si acaso existiese una presciencia (es decir, un conocimiento de las cosas futuras), esto querría decir que existe una especie de divinidad que rige la vida de las personas, de manera que las distintas voluntades del hombre serían causa de una fatal decisión del destino, no existiendo lugar para la libertad de decisión. Cicerón rechaza de plano, entonces, la existencia de una presciencia del futuro y de un “hado”, porque el libre albedrío (o libre voluntad) debería de existir y, de no ser así, serían absurdas todo tipo de leyes, castigos o premiaciones. Pero San Agustín no está de acuerdo con aquello.

         Existe presciencia, dice, y existe libre voluntad:

 

[…], nosotros, así como confesamos que hay un sumo y verdadero Dios, así también confesamos su voluntad divina, sumo poder y presciencia; y no por eso tememos que hacemos involuntariamente lo que practicamos con libre voluntad, porque sabía ya que lo habíamos de ejecutar Aquél cuya presciencia es infalible.[4]

 

Aparentemente, que exista una divina Providencia no implica necesariamente que no esté a nuestra disposición, como humanos, la libertad de elección, la “libre determinación” o el “libre albedrío”. Suponiendo que Dios existe, y que conoce todo a cerca de nosotros, incluso nuestro futuro, no quiere decir que nosotros no elijamos libremente una cosa u otra, actuar de tal o cual manera.

         Si tomamos esto por seguro el problema de nuestro amigo Robinson acerca de si es o no libre quedaría resuelto. Robinson no sería como él pensó un “instrumento” de su destino, sino que, a pesar de existir una presciencia y una divina providencia, queda claro que nuestro hombre eligió de acuerdo a su voluntad. Pero, ¿por qué? Es decir, ¿por qué Robinson cree que “solo un decreto fatal”, al que le era imposible escapar, podía hacerle desoír las razones juiciosas de su familia?, ¿por qué eligió lo que eligió, y no eligió otra cosa?

 

Libre albedrío, ¿determinismo?

         La pregunta con la que cerramos el apartado anterior, para quien se haya fatigado de darle vueltas al asunto (que en realidad es la búsqueda de una respuesta convincente al mismo) puede parecer agobiante, y podría contestarla simplemente de este modo: “eligió lo que eligió porque él es libre de hacer su voluntad”. Pero este “ser libre” explica y no explica del todo por qué eligió aquella cosa y no otra.

         Volvamos a la experiencia de nuestro desafortunado aventurero. Dijimos que había desobedecido la voluntad de su padre, y que por una inclinación propia un día se hizo a la mar con un conocido suyo. En este viaje habría sufrido dos tempestades, una peor que la otra, que, si bien asustaron al joven Crusoe, y casi lo hacen desistir de sus deseos de convertirse en un navegante, al final este no claudica. Pero sí se debate, en su vuelta por tierra a Londres, sobre lo que hará en la posterioridad:

 

En cuanto a mí, como que tenía un dinero en el bolsillo, hice el viaje a Londres, por tierra; y allí, como en el camino, tuve varias luchas conmigo mismo respecto a cuál iba a ser el curso que daría mi vida y qué decisión debía tomar, si volverme a casa o embarcarme.

En cuanto a regresar a casa, la vergüenza motivaba la mayor oposición a esa idea; e inmediatamente me figuraba cuál sería la chunga de los vecinos, y me sentía humillado no solamente ante mis padres, sino ante todos los demás […].

Una aversión irresistible continuaba impidiéndome volver a casa; y, como tardé algún tiempo en decidir, el recuerdo de los apuros que había pasado se desvaneció. [negritas mías] (Defoe: 1969: p.24)

 

Robinson se debate, analiza, delibera sobre cuál sería la mejor decisión. Y aquí podemos observar, primero, cómo recobra su voluntad y cómo contrasta la misma con la “voluntad divina”; segundo, el proceso por el cuál analiza las consecuencias de sus decisiones, y las causas que lo motivan a rechazar una y elegir otra opción.

         Es Thomas Hobbes (durante siglo XVII) quien, con su filosofía determinista, nos da una pista de por qué nuestro desventurado compañero elige lo que elige y no otra cosa. Para Hobbes, en el marco de la realidad y del accionar humano, “todo cuanto se produce, se produce necesariamente, pues todo cuanto se produce ha tenido una causa suficiente para producirlo”[5]. ¿Pero cómo se da esto en el orden de la voluntad? Para Hobbes, son las acciones voluntarias aquellas que se siguen a un último apetito (por ejemplo, si tenemos miedo, pensaremos en fugarnos o escondernos de aquello que nos genera el miedo) o son producto de una opinión deliberada que considera las consecuencias de determinada acción. De manera que el humano, primero delibera y luego, su acción se desprende de su voluntad o de su pensamiento más inmediato sobre si las consecuencias de su acción serán buenas o malas para él. Hobbes no habla de agentes libres (pues estos serían los que aún no han deliberado), sino de agentes voluntarios, puesto que su acción procede de una elección deliberada.

         Si acatamos las ideas de Hobbes y reparamos en la experiencia del joven Crusoe, este delibera (“tuve varias luchas conmigo mismo respecto a cuál iba a ser el curso que daría mi vida y qué decisión debía tomar”) y, de acuerdo a sus últimos apetitos,  evalúa las posibles consecuencias de sus actos (“En cuanto a regresar a casa, la vergüenza motivaba la mayor oposición a esa idea; e inmediatamente me figuraba cuál sería la chunga de los vecinos…”). A Robinson le da vergüenza regresar con sus deseos frustrados a la casa paterna, y es este sentimiento el que lo condiciona a no volver, y a probar suerte en otros viajes. ¿Pero esta voluntad realizada, se puede decir libre o, como bien dice Hobbes, es “necesaria” ?, ¿nuestro amigo, en esta instancia, necesariamente debía repeler la idea de volver a casa de sus padres?

 

De la “libertad fundamental” y del problema de los determinismos.

         A. El problema de los determinismos.

         Aquí nos atraviesa un problema filosófico que, más que preocuparnos por nuestro amigo, se trata de una cuestión con la que convivimos a diario, y es el problema de los determinismos. Si todo fenómeno de la realidad y todo comportamiento es necesario, es muy difícil que haya espacio para la libertad. No seríamos “libres” en el sentido que conocemos de la palabra, porque lo que elegimos, lo que hacemos, cómo actuamos… todo eso está determinado en un orden causa-efecto, que incluso llegaría a medirse, sino absolutamente, al menos probablemente.

         ¿Qué tan profundo es el problema de los determinismos? Para ello citaremos a Jacinto Choza, que en su Manual de Antropología filosófica trata en detalle el problema de la libertad en el ser humano:

 

En la filosofía medieval el problema de la determinación de la elección por una realidad ajena a la voluntad electiva, preocupaba fundamentalmente en relación con Dios; en la filosofía moderna preocupaba en relación con el mundo físico, y en la filosofía contemporánea preocupa fundamentalmente en relación con los procesos biopsicológicos y socioculturales. Se trata del problema de los determinismos: determinismo teológico, cosmológico, físico-mecanicista, biológico, psicológico y sociológico (económico y culturales en general). (1988: p.383)

 

Tres períodos de pensamiento distintos, y tres maneras diferentes en que el problema de los determinismos se plantea. Podemos decir que la primera determinación (en relación con Dios), ya la hemos tratado brevemente con San Agustín, sin agotar la temática de más esta decir. El problema del mundo físico es, ciertamente, el que nos plantea Hobbes. Recapitulando brevemente, las deliberaciones de nuestro amigo Robinson y la vergüenza que le provocaba el volver a su casa le impedían, naturalmente y por leyes necesarias, desistir de su arrojo hacia la aventura. ¿Quién nos salva aquí?

         Es Kant, posterior a Hobbes, quien en el siglo XVIII con su obra Fundamentación para una Metafísica de las costumbres parece darle cierta vuelta a la situación. En el capítulo tercero, (subapartado: “De los extremos de toda filosofía práctica”), el filosofó enseña que, de hecho, la libertad no es un concepto de experiencia, puesto que en la realidad empírica las cosas suceden de manera necesaria, determinado por leyes naturales. Pero, por otro lado, la libertad existe como idea de nuestra razón. Esta contradicción que se da muestra, según Kant, que desde el punto de vista “especulativo”, la necesidad natural es más practicable que la libertad. Pero, por otro lado, desde el punto de vista práctico (de la razón práctica, orientada a la acción) “es el sendero de la libertad el único por el cuál es posible hacer uso de la razón en nuestras acciones y omisiones”.[6] La razón es independiente de toda causa exterior a ella, por la cuál las leyes naturales de necesidad y causalidad no impedirían su libertad. Para Kant no hay contradicción, y tranquilamente un sujeto “como cosa en el fenómeno” puede estar determinado por estas leyes naturales, pero como “cosa en sí” es independiente a tales leyes. La libertad se une a la voluntad, y es así como el hombre puede actuar sin estar determinado necesariamente por leyes de causalidad.

         Con lo anterior, ¿podemos decir que nuestro amigo Robinson delibera con la razón? Sí. Podemos ciertamente afirmar que lo que Robinson elige hacer, lo hace por medio de la razón, y a través de ella ordena a su voluntad para actuar tal como actúa. Pero prestando más atención a los dos párrafos citados en el apartado anterior (Libre albedrío, ¿determinismo?), podemos leer lo siguiente: “Una aversión irresistible continuaba impidiéndome volver a casa; […]” (Defoe: 1969: p.24). ¿No vuelve a su casa porque no quiere, porque no le place? Si tomamos lo anterior al pie de la letra, él no vuelve a su casa porque una “aversión irresistible” se lo impedía. Una especie de sentimiento de vergüenza; un sentirse expuesto a la burla, a la humillación… miedo a aquello. Y aquí cabe hacer espacio al tercer problema de los determinismos, el que alude a los procesos “bio-psicológicos” y “socioculturales”.

         Si vamos hacia atrás, podemos dar cuenta de otros fragmentos que nos permiten dar cuenta de estos posibles determinismos sociales y culturales que habrían marcado al joven Crusoe, como que vivía en la Gran Bretaña del siglo XVII y había sido educado en una “escuela pública provincial” y por las “enseñanzas hogareñas”, en un contexto de auge del comercio y el colonialismo (de cuyos principios Robinson da cátedra en su estancia en la isla “desierta”, aunque esto se puede discutir). Tal como menciona Choza distintas ciencias humanas y sociales, como la psicología, la fisiología o la sociología:

 

…han puesto suficientemente de relieve hasta qué punto las tendencias, impulsos, esquemas de comportamiento, escalas de valores, estilos de pensar, formas motivacionales, códigos morales, etc., dependen del código genético, del sistema nervioso, de los sistemas de condicionamientos complejos que constituyen el aprendizaje durante la primera y la segunda infancia, de las frustraciones recibidas, del ambiente familiar, del medio geográfico, de la clase social y el sistema económico, etc. (1988: p.385).

 

         Lo anterior parece ya encerrarnos en un callejón sin salida. Si las ciencias del comportamiento pueden predecir nuestra conducta no solo como sociedad, sino como individuos singulares, ¿qué queda de nuestra libre voluntad?

 

         B. De la “Libertad Fundamental”.

         Robinson nos metió en un dilema, del que Choza, de la mano con Kierkegaard, posiblemente nos tire una cuerda para que nos sostengamos con fuerza. Y es que la noción de la “libertad fundamental” es clave para argumentar que realmente hay cierto grado de libertad en el hombre o en la mujer, y en los personajes como Robinson Crusoe o en los autores que están detrás de ellos.

         En línea con lo que nos dice Jacinto Choza, entonces, la libertad fundamental es el “fundamento o la condición de posibilidad de todas las otras formas de libertad”. También la denomina como libertad de apertura, pues está abierta a un número indefinido de fines, “a tantos cuantos el sujeto se proponga a sí mismo como fines”.[7] Aquí el autor señala la importancia del análisis de Kierkegaard a este respecto. En su obra El concepto de la angustia, el filósofo danés da a entender que el sentimiento de la angustia es la experiencia de la “libertad fundamental”. La angustia es la experiencia de estar en manos de uno mismo, de elegir ser o no ser uno mismo, y esa situación es la libertad, la nada. El sujeto en manos de sí mismo es nada, pero es pura libertad, y esta libertad angustia, y ante esta angustia se debe elegir. Así el hombre aparece, en su ser más profundo, como “pura posibilidad”. Y aquí una cita directa de un fragmento para detenerse atentamente:

 

Por supuesto, también se puede decir que esa posibilidad-capacidad no es tan genérica, puesto que en ella están ya una multitud de determinaciones biopsicológicas (…) y socioculturales (educación, principios morales y religiosos, recursos económicos, etc.), es decir, puesto que el sujeto está ya constituido precisamente en términos de lo que se ha llamado síntesis pasiva. Pero también esta objeción deja intacto el planteamiento de Kierkegaard: yo puedo ser de constitución asténica, introvertido, afable, con buenas aptitudes para el deporte, español, cristiano, de clase media, etc., y todavía eso no significa que sea yo mismo en el sentido de que puedo ser todas esas cosas tanto siendo yo mismo como sin serlo. (1988: p.376)        

 

         ¿Qué podríamos decir de Robinson en este sentido?, pues creo que mucho: “tuve varias luchas conmigo mismo respecto a cuál iba a ser el curso que daría mi vida y qué decisión debía tomar”, decía el Crusoe maduro. En ese momento él estaba en manos de sí mismo. Esta lucha consigo mismo, representa esta angustia existencialista, en la que el sujeto se reconoce como pura posibilidad. Pero hay que elegir, y el puede elegirse para después actuar consecuentemente, o puede no elegirse y ver que pasa con lo que el “mundo” hace de él. Ahí esta el fundamento de toda libertad posterior, pero siempre dentro de un marco de elección. Los agentes que nos condicionan externa e internamente, nos brindan un horizonte de acción, pero nosotros nos elegimos y luego decidimos. Y no son elecciones fáciles, este es el problema.

 

Conclusión.

         Hasta aquí, hemos abordado la cuestión desde algunas perspectivas de las más “icónicas” podría decirse. Por un lado, el problema de la providencia y el libre albedrío, con la mirada de San Agustín; el determinismo naturalista de Thomas Hobbes, con su idea mecanicista de la necesidad natural; Kant, con la diferenciación entre el plano de los fenómenos y el plano de lo racional, salvando una vez más la libertad y, por último, los distintos problemas de los determinismos, con una mirada desde la antropología filosófica bastante escueta sobre el amplio trabajo de Jacinto Choza.

         Podríamos decir que, efectivamente, Robinson Crusoe era un hombre libre, porque podía elegir, pero diferentes cuestiones de la realidad en la que estaba arrojado lo hacían tener ciertas predilecciones tanto en el ámbito de la moral como en el de lo psicológico. Pero él se sabía libre, se eligió y, a pesar de la culpa que sentía producto de los valores inculcados, decidió seguir sus inclinaciones, inclinaciones que eligió dentro de un marco en el cuál se presentaban como posibilidad, pero que elige al fin y al cabo entre tantas otras.

         ¿La libertad es libre? Es una pregunta difícil y que en este trabajo no llegamos a contestar, pues hemos hecho un esbozo general de una cuestión demasiado amplia (y de la que el lector dispone de las fuentes en las notas utilizadas en la presente redacción). Me atrevo a decir que no. Que la libertad esta obligada elegir, esto es, o es o no es. Y, por lo tanto, no se trata de una facultad sencilla de utilizar, sino que por el contrario la libertad implica responsabilidad, y la responsabilidad se debe sostener, aunque no se logre el propósito dentro de un determinado contexto. El humano elige constantemente, o no elige, y ahí la libertad fundamental ya se ve implicada. Esto dentro de un marco dinámico, esto es, nunca elegimos en un mundo materialmente idéntico, sino que este mundo cambia y nosotros cambiamos con él.



[1] RAE (2019) Diccionario de la lengua española. En línea: https://dle.rae.es/libertad

[2] Por una cuestión práctica, cuando hable de hombre en el presente breve-ensayo me referiré a toda la especie humana, al género humano.

[3] Defoe, D.: Robinson Crusoe. Salvat Editores. España (1969). En el Prólogo por Juan Perucho, podemos leer:         “[…], Defoe se dedicó con mayor regularidad a la literatura y al periodismo, pero siempre con sobresaltos y alternando con la sociedad más heterogénea de Londres, hasta que en 1718, en ocasión de reeditarse el Diario del capitán de navío de Woodes Rogers, conoció la historia y aventuras de un marinero escocés llamado Alexander Selkirk […]. Tal como se consignaba en el Diario, Selkirk había permanecido en la isla desierta (…), durante cuatro años y cuatro meses, con el único bagaje de un fusil, municiones y unas pocas herramientas.

                La historia impresionó vivamente a Daniel Defoe […]”

[4] San Agustín La ciudad de Dios. Libro V, capítulo 9. En línea: http://www.iglesiareformada.com/Agustin_Ciudad_5.html

[5] Hobbes, T.: “Mi opinión sobre la libertad y la necesidad”, En Libertad y Necesidad, y otros escritos. Traducción de Bartomeu Forteza Pujol, Barcelona, Nexos, 1991, pp. 164-167.

[6] Kant, I.: “Último paso de la metafísica de las costumbres a la crítica de la razón pura práctica”, en Fundamentación para una Metafísica de las costumbres. Espasa-Calpe, Madrid, 1980. En línea: http://www.cervantesvirtual.com/buscador/?q=metaf%C3%ADsica+de+las+costumbres

[7] Choza, J.: Manual de Antropología Filosófica. Ediciones Rialp, Madrid, 1988. (p.375)


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